domingo, 3 de febrero de 2013

Droga y violencia en Monterrey; muertes al compás de la música

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Sanjuana Martínez

Se fue una voz/ se fue un amigo/ se fue el cantor, dice el vallenato que retumba en el cementerio municipal de San Jorge, en Monterrey, Nuevo León, donde sepultaron a varios de los 17 integrantes del grupo Kombo Kolombia a ritmo de música colombiana; un sonar ligado a la marginalidad, que en sus inicios era de pandilleros y drogadictos y se fue extendiendo socialmente hasta adentrarse en el gusto musical de algunas bandas del crimen organizado.
A Monterrey se le considera la segunda capital mundial del vallenato, después de Valledupar, Colombia; una música que empezó a escucharse en la década de los sesenta gracias a los sonideros del barrio de San Luisito, en la colonia Independencia, y después se convirtió en subcultura de miles de jóvenes, la mayoría de colonias populares.

Pese a la violencia, el ámbito festivo de este ritmo permitía, con ciertos riesgos, a un centenar de grupos como el Kombo Kolombia amenizar los bailes de tardes y noches en bares, cantinas y salones, pero la matanza de músicos, más de 60 en los años recientes, ha generado miedo y éxodo para este tipo de trabajo.
Ya no voy a tocar, me voy a quedar sólo con la chamba de obrero, dice el guitarrista Abraham Galván, El Bubu, del grupo Luz de cumbia, quien debido a la inseguridad hace unos meses buscó trabajo en una fábrica: Me dan mil pesos a la semana, muy poquito, pero es preferible. Es mejor dejarlo a estar siempre en riesgo. Aquí ya no se puede ser músico.
El vallenato regiomontano
Está esperando con una guitarra el cortejo fúnebre de sus amigos: Javier Flores Valencia, José Francisco Jiménez Díaz y José Francisco Rostro, tres miembros del Kombo Kolombia con los que formaron varios grupos: Vengo de enterrar a mi primo en Santa Catarina. Se llamaba Édgar Dimas y tocaba el trombón. Teníamos planeado juntarnos todos este fin de semana, pero nos los quitaron, se los llevaron.
Kombo Kolombia tenía tres años de haberse integrado, pero antes tenían un grupo llamado Lamento colombiano: Ellos eran buenos chavos, como nosotros. Duele que digan que andaban mal, duele que les hayan hecho eso. Todos vamos a morir algún día, pero la forma no se la merecían, dice el guitarrista.
La matanza de los 17 integrantes de este grupo, en un rancho de Mina, Nuevo León, donde fueron lanzados a una noria, ha dejado consternada a la comunidad musical. Las hipótesis de las autoridades es que el Kombo Kolombia fue contratado por Los Zetas y el cártel del Golfo llegó al bar La Carreta y los mató en venganza; otra es que los músicos debían dinero a Los Zetas y fueron masacrados por ellos.
Si era una fiesta de ellos, uno no tiene por qué saber, uno anda trabajando, vamos sobre un pesito para llevar a la casa, ¿me entiende? No preguntamos a dónde vamos, vamos a tocar nada más. Simplemente tratamos de llevar algo para comer.
Javier Flores tocaba el acordeón y Armando Moreno, El Tartán, decidió venir a darle el último adiós, cantando y tocando vallenato. Un día antes de la masacre le había hablado para juntarse a tomar, pero no pudo ir: “Justicia no se puede pedir, porque no hay. Es nomás venir a despedirlo y a cantar las canciones que a él le gustaban: Se fue el cantante y El adiós y las de Diómedes Díaz, como La reina.
Indignado, pregunta: ¿Usted cree que si uno anduviera en eso los hubiéramos enterrado en este panteón municipal, el más pobre de todos? El dinero se nota, hasta en el vestido. Somos gente humilde, de barrio, obreros, albañiles. Pero la tocada la vamos a dejar sólo para los amigos, entre nosotros nomás. Hay miedo.
Para el antropólogo y trabajador social Lorenzo Encinas, mejor conocido como Nicho Colombia, por su programa musical en la radio, recientemente suprimido debido a la inseguridad, esa música Sudamericana fue adoptada por las pandillas en los años ochenta. Cuenta que la mayoría son autodidactas y pese al gran universo que representa, esta manifestación musical sigue circulando a través de la informalidad, sin que ninguna disquera se interese en ellos.
El universo cholombiano, por la mezcla de cholos y la música colombiana, sigue vigente mediante la piratería y las producciones caseras. En alrededor de 200 colonias populares con más de 30 mil pandilleros, Los Zetas encontraron un “semillero de sicarios, adictos y narcomenudistas” y controlaron el negocio de la piratería y la informalidad musical: No era la primera vez que ellos tocaban en esos lugares. Su música gusta a este tipo de grupos de la delincuencia organizada. Y aunque la música es de todos, puede ser una línea de investigación.
Kombo Kolombia y otros grupos conocidos en la ciudad han actuado en lugares donde ocurrieron masacres alrededor de los llamados giros negros –El Dorado, Sabino Gordo y La Eternidad–: Hay muchas lecciones para los grupos. La sensación de pérdida y miedo es enorme. El trabajo de músico se ha convertido en algo peligroso porque no saben qué va a pasar en los bailes. Esta última matanza marca un antes y un después, afecta a todo el ámbito musical colombiano de Monterrey.
Los bailes entre semana, sábados y domingos se realizan en salones de San Nicolás, Escobedo, Santa Catarina, San Bernabé, Guadalupe o Apodaca... lugares convertidos en auténticos quemaderos de mariguana y donde abunda todo tipo de droga de calidad y bajo costo: “Ciertamente la droga es una especie de violencia simbólica. Ellos han sufrido desatención del Estado. No hay política pública en materia juvenil ni específicamente para la diversión. La hegemonía social es una fiesta y ellos no han sido invitados, siempre han estado marginados, lo mismo su música que permanece en el ámbito subcultural, underground. Y aunque mueve a millones de personas de todo tipo, sigue siendo considerada como música de pandilleros o drogos”.
Durante los funerales, grupos de amigos de los 17 jóvenes organizaron improvisados conciertos afuera de las funerarias o en los cementerios. El baile colombiano de Monterrey es peculiar y diferente al original de Colombia; aquí incluso tiene un paso agachadito simulando inhalar de una bolsa: “Kombo Kolombia se convirtió en el grupo preferido de la chaviza regiovallenata. Tocaban música estilo corralero, predominantemente bailable y prendió entre la raza. Funcionaban como grupo de amigos, igual que todos. Ninguno tiene disquera, graban su música en las presentaciones”.
El cantante Ricardo Rodríguez empezó en la música colombiana desde los 16 años. Inició un grupo con Javier El Paya, uno de los ejecutados del Kombo Kolombia, que era acordeonero de teclas y botones. Lo bautizaron Conquista vallenata: “Ganamos un concurso y grabamos un disco. Luego hicimos Vallenatos de la cumbia y ahora tenemos Escándalo vallenato. En este mundo todos nos conocemos. Es muy duro perder a 17 amigos de un solo fregadazo”.
Tocar donde nos contraten
El percusionista Mario Alberto Navarro, de 37 años, dejó de tocar hace un par de años debido al riesgo que representa: “Nosotros no sabemos si son fiestas zetas o de quien sea, es trabajo. Donde esté la tocada vamos, no preguntamos para quién es. Es muy difícil, por eso es mejor dedicarse a otra cosa”, al comentar que actualmente trabaja en la construcción.
El baterista José Natividad Hernández Torres, con 32 años de experiencia, camina por una senda del cementerio rumbo a la tumba de uno de los integrantes del Kombo Kolombia: Nos acusan de que tocamos para los malos. Si nos contratan, tenemos que trabajar para llevar el sostén a la familia. Exigimos justicia, que no quede impune. Después de esta matanza van a venir otras y no queremos vivir en eterno terror y miedo.
Vestidos igual, con sombrero, chaleco, pantalón de mezclilla y botas, Florentino Valdez y Chuy Rodríguez, de Los jilgueros del norte, aseguran que el trabajo de músico esta considerado de alto riesgo porque actúan en ranchos, pueblos y municipios alejados de las ciudades: Sales a tocar y no sabes si vuelves

 Fuente La Jornada

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