lunes, 18 de febrero de 2013
La pederastia, marca de su papado
Rodrigo Vera
¡Señor, no me hagas esto!”, exclamó Joseph Ratzinger al saberse elegido Papa en abril de 2005. Muy a su pesar, aceptó. Pero al cabo de casi ocho años las responsabilidades de su ministerio lo rebasaron. Sus declaraciones y decisiones lo enemistaron con musulmanes y judíos; su conservadurismo alejó a millones de fieles y provocó críticas dentro de la Iglesia Católica; su aislamiento atizó las pugnas internas, de las que no escaparon sus colaboradores más cercanos; y sus actos de contrición no bastaron para aplacar los escándalos de pederastia sacerdotal que terminaron por marcar su papado.
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Durante los casi ocho años que duró su ministerio pontificio, marcado principalmente por los escándalos de pederastia sacerdotal, Benedicto XVI se dedicó a frenar los vientos renovadores del Concilio Vaticano II y a imponer un fuerte conservadurismo eclesiástico: censuró con acritud el uso del condón, la píldora anticonceptiva y al matrimonio gay, llegando al extremo de retomar prácticas y rituales medievales –como las misas en latín– que le valieron fuertes críticas incluso dentro de la misma Iglesia.
Joseph Ratzinger también provocó la indignación de los musulmanes al señalar que las enseñanzas de su profeta Mahoma eran “malas e inhumanas”. Se enemistó con la comunidad judía por apoyar a religiosos tradicionalistas que niegan el holocausto durante la Segunda Guerra Mundial. Los escándalos de su breve pontificado continuaron con la filtración a la prensa de documentos papales de carácter confidencial –los llamados Vatileaks, que dejaron entrever la encarnizada lucha por el poder entre algunos cardenales– y luego con la remoción del encargado del Banco Vaticano por presunto “lavado de dinero”.
Igual de polémica resultó su renuncia al papado, que hará efectiva el próximo 28 de febrero y que sorprendió al mundo entero.
Lo cierto es que Ratzinger estuvo renuente a asumir el cargo desde el mismo momento en que fue elegido Papa, el 19 de abril de 2005. Exclamó entonces al saber la decisión: “¡Señor, no me hagas esto! ¡Tienes a otros más jóvenes y mejores!”, según contó el mismo Ratzinger al periodista alemán Peter Seewald, en el libro Luz del mundo.
Ratzinger “nunca se vio a sí mismo como sucesor del gran Papa de Polonia, nunca hizo propaganda por su propia causa”… lo que le interesaba era “el cultivo privado de la teología, la adquisición de nuevos conocimientos y la profundización en la reflexión sistemática sobre la fe en las pocas horas libres que le quedaban” al terminar su jornada diaria como prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe. “Su deseo para los años posteriores era poder dedicarse totalmente a su amada teología”, reveló Heinz-Joachim Fischer, amigo cercano del Papa más de 30 años, en su libro Benedicto XVI, un retrato.
Pero el teólogo alemán finalmente acató la decisión del cónclave, aceptó el cargo a sus 78 años y eligió llamarse Benedicto XVI.
A poco más de un año de haber iniciado su pontificado, el 19 de mayo de 2006, el Papa castigó por sus actos de pederastia al sacerdote mexicano Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo. Lo condenó a una “vida reservada de oración y penitencia”, prohibiéndole “todo ministerio público”.
La decisión causó sorpresa, sobre todo porque, cuando estuvo a cargo de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Ratzinger supo de los actos de pederastia de Maciel y sin embargo lo encubrió. Ya como Papa lo castigó. Pero incluso este castigo no dejó satisfechas a las víctimas de Maciel, que venían pidiendo un juicio formal ante los tribunales vaticanos, cosa que no se hizo.
De ahí en adelante el tema de la pederastia sacerdotal fue una constante en su pontificado. Fue su sello característico. Salieron a relucir muchísimos abusos de este tipo, encubiertos por episcopados de varios países y por el propio Vaticano. Era un grave problema que ya se venía dando desde hacía años pero que le estalló a Benedicto XVI, quien se dedicó a pedir perdón y a reunirse con algunas de las víctimas.
Fue el 12 de septiembre de ese mismo año, durante una conferencia en la universidad alemana de Ratisbona, ante filósofos y teólogos, cuando –citando a un emperador bizantino– el Papa atacó a Mahoma:
“Mostradme todo lo que Mahoma ha traído de nuevo y encontrarás sólo cosas malas e inhumanas, como su orden de difundir por medio de la espada la fe que profesaba”, dijo.
De inmediato se echó encima al mundo islámico, justo cuando el pontífice tenía programada una visita a Turquía. El presidente de la máxima autoridad religiosa de ese país musulmán, Ali Bardakoglu, declaró no grato a Benedicto XVI.
“No creo que obtengamos nada positivo con la llegada al mundo musulmán de un hombre con ideas como las suyas sobre el profeta Mahoma”, dijo Bardakoglu desde el Comité de Asuntos Religiosos, organismo dependiente del gobierno turco.
En los demás países musulmanes también se desencadenaron las protestas contra el máximo líder de la Iglesia católica, al que tildaron de “hostil”, “provocador”, “ignorante” y “lleno de prejuicios”.
El Papa tuvo que pedir perdón a los musulmanes, a través de su secretario de Estado, Tarcisio Bertone, quien lanzó el siguiente mensaje conciliador:
“El santo padre está muy triste porque algunos de los pasajes de su discurso pueden haber sido ofensivos para la sensibilidad de los creyentes musulmanes y porque se hayan podido interpretar de una manera que no corresponde en absoluto a sus intenciones.”
Y en julio de 2007 el Papa publica el decreto mediante el cual permite a los sacerdotes oficiar misas en latín, que habían sido suprimidas durante la reforma litúrgica progresista promulgada en el Concilio Vaticano II (1962-1965), con la finalidad de promover las misas en los idiomas locales para que los fieles las entendieran.
Esta medida fue vista como una regresión incluso por altos jerarcas católicos, como el obispo Luca Brandolini, miembro de la comisión litúrgica de la conferencia episcopal italiana, quien dijo:
“Este es el momento más triste de mi vida. Es un día de luto no sólo para mí, sino para mucha gente que ha trabajado por el Concilio Vaticano II. Ha sido cancelada una reforma por la que mucha gente trabajó con gran sacrificio e inspirada sólo por el deseo de renovar la Iglesia.”
Con estos antecedentes, Benedicto XVI tenía programada, para el 17 de enero de 2008, una visita a La Sapienza, la principal universidad pública de Roma. Pero 67 profesores de ese centro de estudios le pidieron al rector, Fabricio Guarini, que impidiera la visita papal por ser “incongruente” con la laicidad de la investigación científica.
En una carta, los profesores agregaban que la postura de Ratzinger era incluso ofensiva para los científicos, pues apoyaba el juicio de la Iglesia contra Galileo. Y citaron textualmente la siguiente aseveración que Ratzinger había hecho tiempo atrás: “En la época de Galileo, la Iglesia permaneció mucho más fiel a la razón que el mismo Galileo. El juicio contra Galileo fue razonable y justo”.
Entre los firmantes estaban algunos de los más prestigiados científicos de Italia. Su postura encontró eco entre los estudiantes de La Sapienza, que organizaron manifestaciones de protesta contra la visita del Papa a su universidad. “¡Fuera Papa!”, “El Papa está contra la universidad”, decían las pancartas estudiantiles. Benedicto XVI se vio obligado a cancelar esa visita.
Las polémicas desatadas por el conservadurismo papal no paraban ahí; en marzo de 2009, mientras viajaba en avión rumbo a Camerún –era su primer viaje a África–, Ratzinger aseguró a los periodistas que el uso del condón agravaba el problema del sida.
“No se puede solucionar el problema del sida con la distribución de preservativos. Al contrario, su uso agrava el problema”, dijo el pontífice.
Tales declaraciones provocaron indignación a nivel mundial, sobre todo porque el Papa visitaba justamente el continente más afectado por el sida. Se calcula que en África han muerto más de 25 millones de personas por esa epidemia, desde la década de los ochenta.
El Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) rechazó las aseveraciones del Papa, señalando que el condón sí es efectivo para impedir la propagación del virus, por lo que “adultos y jóvenes deben saber las formas de contagio y cómo protegerse del sida”.
Ese mismo 2009, Benedicto XVI les quitó la excomunión a cuatro obispos que hace más de 20 años habían sido consagrados como tales sin permiso papal, por el controvertido arzobispo francés Marcel Lefebvre, quien no aceptó el Concilio Vaticano II y abandonó la Iglesia católica. Esos cuatro obispos pertenecían a la agrupación disidente Sociedad de San Pío X.
Uno de esos obispos rehabilitados, el británico Richard Williamson, siempre mantuvo una controvertida postura antisemita, pues negaba que hubieran existido las cámaras de gas nazis y que hubieran muerto 6 millones de judíos durante la Segunda Guerra Mundial. El llamado Holocausto –decía– es sólo una invención que resultó útil para crear el Estado de Israel.
El espaldarazo de Benedicto XVI a Williamson y a sus compañeros le acarreó enemistades dentro de la poderosa comunidad judía. Desató la peor crisis católico-judía de los últimos años.
El mismo año se dieron a conocer dos importantes informes sobre abusos sexuales contra menores de edad, cometidos por sacerdotes irlandeses: el Reporte Ryan y el Reporte Murphy.
El primero fue producto de una investigación de nueve años en la que se asegura que, en Irlanda, hubo más de mil menores abusados por sacerdotes. El Reporte Murphy, de 720 páginas, es muy preciso; documenta 320 casos de abusos cometidos de 46 sacerdotes de la arquidiócesis de Dublín, entre 1975 y 2004.
Eran abrumadoras la cantidad de pruebas que documentaban la pederastia sacerdotal. Y no sólo en Irlanda, sino en muchos otros países. Benedicto XVI estaba obligado a solucionar el problema y tomar medidas para resarcir el daño a las víctimas.
De ahí que –en marzo de 2010– haya dado a conocer la famosa carta para los católicos de Irlanda, uno de los documentos más significativos de su pontificado porque es un mea culpa en el que acepta los graves pecados de la Iglesia y asume como Papa sus responsabilidades.
“Las víctimas –admite Benedicto XVI en esa carta– han sido envueltas en el muro del silencio, porque en primer plano ha sido colocada una preocupación fuera de lugar para el buen nombre de la Iglesia y para evitar escándalos.”
En noviembre de 2010 aparece el libro Luz del mundo, la extensa entrevista en la que da atisbos de su futura renuncia, al señalar que cuando un Papa reconoce que física y mentalmente “no puede ya con el encargo de su oficio, tiene el derecho y, en ciertas circunstancias, también el deber de renunciar”.
A finales de 2011 le estalla el escándalo de los Vatileaks, las cartas secretas del pontífice que son sacadas a la luz pública y ponen en evidencia la corrupción y las luchas de poder dentro del Vaticano. Las cartas empiezan primero a circular en la prensa italiana. Después, más de 100 de esos documentos, se reproducen en el libro Las cartas secretas de Benedicto XVI, del periodista milanés Gianluigi Nuzzi.
Son documentos que tratan sobre diversos asuntos: la evasión al fisco en el caso del presidente del Banco Vaticano, Ettore Gotti Tedeschi; reuniones secretas del Papa con el presidente italiano Giorgio Napolitano con el fin de bloquear temas de eutanasia; el encubrimiento a Marcial Maciel y a los Legionarios de Cristo; corrupción en el palacio sacro, etcétera.
Hasta antes de los Vatileaks Ratzinger había tenido un refugio seguro en sus apartamentos papales, donde pasa buena parte del día, suele tocar el piano y se olvida por un rato de las intrigas vaticanas, acompañado por la llamada “familia del Papa”, su pequeño círculo de allegados que le ayudan en su correspondencia y en labores domésticas: el sacerdote alemán George Gänswein, su secretario personal; el sacerdote maltés Alfred Xuereb, que funge también como secretario; cuatro laicas consagradas –Carmela, Loredana, Cristina y Rosella—, y su mayordomo Paolo Gabriele, al que cariñosamente llamaba Paoletto y quien lo ayudaba a vestirse y a celebrar misa. A todas partes lo acompañaba solícito.
Esta tranquilidad hogareña se desbarató por completo al descubrirse que el querido Paoletto era quien estaba filtrando los documentos secretos. Se le llevó a juicio y en 2012 se le condenó a un año y medio de prisión, pero luego el Papa lo perdonó. Quedó la duda sobre si el mayordomo tuvo cómplices. El mismo periódico del Vaticano, L’Osservatore Romano, publicó un editorial en el que describió al Papa como “un pastor rodeado por lobos”.
A finales de marzo de 2012 Benedicto XVI viaja a Guanajuato, donde celebra una misa multitudinaria al pie del Cerro del Cubilete. A diferencia de otros países, donde sostenía encuentros con víctimas de sacerdotes pederastas, aquí no recibió a las víctimas mexicanas, que con antelación habían solicitado audiencia. Querían informarle al Papa sobre la grave situación de la pederastia sacerdotal en México, provocada por el encubrimiento y la complicidad de la cúpula eclesiástica.
El joven Joaquín Aguilar, quien encabezó al grupo de víctimas, dijo:
“¡Ni hablar! ¡El Papa nos dio el portazo! No quiso recibirnos como lo está haciendo con las víctimas de otros países. Para la Iglesia, simple y sencillamente las víctimas mexicanas somos víctimas de tercera. ¡No existimos!” (Proceso 1848).
De México el Papa viajó a Cuba, donde pidió al presidente Raúl Castro que declare fiesta nacional el Viernes Santo. Según L’Osservatore Romano, el pontífice tomó la determinación de renunciar al papado al concluir su periplo por estos dos países.
Pero antes de renunciar, todavía tuvo que afrontar otra situación difícil y embarazosa ocurrida en mayo de 2012: El Instituto para las Obras de Religión (IOR), conocido como el Banco Vaticano, destituyó a su presidente, el italiano Ettore Gotti Tedeschi, “por no haber desarrollado funciones de primera importancia para su cargo”. No se especificó cuáles son esas “funciones”, pero trascendió ampliamente que Gotti estaba implicado en una red de “lavado de dinero”.
Cansado de tantos problemas y con una salud muy mermada, el pasado lunes 11 Ratzinger sorprendió al mundo al anunciar su renuncia porque dijo que ya no tiene fuerzas para ejercer el cargo.
Hará efectiva su dimisión la noche del próximo jueves 28. Entonces dejará el trono papal para llevar una vida de retiro. Se mudará al convento Mater Ecclesiae, una construcción de cuatro pisos circundada por los amplios jardines.
Ahí, por fin, el teólogo alemán que no quería ser Papa podrá dedicarse apaciblemente a reflexionar sobre Dios.
Fuente Proceso
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