Se reunieron cerca de la sede del Fondo
Monetario, en el marco del encuentro de ministros de finanzas y
gobernadores de bancos centrales.
Roberto González Amador, enviado
Washington, DC. Es tiempo de que
los bancos paguen. Son integrantes de la Campaña por un impuesto
Robin Hood y su mensaje es sencillo: “las grandes firmas de Wall
Street, rescatadas con fondos públicos durante la crisis de 2008 y
2009, tienen ahora ganancias récord, mientras las comunidades,
escuelas y hospitales padecen por la pérdida de empleo y recorte de
gasto en programas sociales”, explica Karen Higgins, dirigente de
la Unión Nacional de Enfermeras.
Los manifestantes se concentran a un par de cuadras de la sede del Fondo Monetario Internacional (FMI), donde 200 ministros de finanzas y gobernadores de bancos centrales de todo el mundo se reúnen este sábado.
Dentro del edificio, la agenda que discuten los ministros se centra en la forma de sacar del atolladero al sistema financiero de Europa, que después de multimillonarias ayudas no logra levantar cabeza y se ha convertido en el eslabón más frágil de la economía mundial, como lo han planteado los últimos días directivos del FMI.
Karen Higgins, cuya Unión Nacional de Enfermeras se define como la mayor organización de su gremio en el país, explica a La Jornada: “nuestra propuesta es muy sencilla. Un impuesto de apenas 0.5 por ciento a las ganancias de las firmas de Wall Street se convertiría en 350 mil millones de dólares al año para apoyar la economía, la creación de empleo, la salud y la educación”.
Poco se habla ahora de eso, pero fue precisamente en el sistema financiero de Estados Unidos donde se gestó la crisis que desde 2009 afecta al mundo y que el FMI ha calificado ya como “una gran recesión”. “Wall Street gana y nosotros perdemos”, dice Higgings, después de bajar del templete de la concentración en la Plaza Farragut de esta capital, a un par de calles de la Casa Blanca y los edificios del FMI y el Banco Mundial.
Los ingresos de los bancos en Estados Unidos subieron el año pasado a 141 mil 300 millones de dólares, la cifra más alta desde 2006, de acuerdo con la Corporación Federal del Seguro de Depósitos, una entidad que garantiza los ahorros por hasta 250 mil dólares en caso de una quiebra bancaria.
La cifra muestra que los bancos, beneficiarios de las ayudas del gobierno durante la crisis de 2009, lograron remontar la cuesta y que ahora están incluso mejor que en 2006, en pleno auge especulativo con el mercado de hipotecas en este país. Es también el sector financiero el que ha capitalizado las políticas seguidas por el banco central estadunidense de inyectar recursos, prácticamente sin límite –“barra libre de dinero”, lo han llamado— para mantener la liquidez del sistema.
De eso hablan los manifestantes en la Plaza Farragut antes de encaminarse hacia los edificios del FMI y el Banco Mundial y andar también hacia la sede del Departamento del Tesoro, ubicada a un lado de la Casa Blanca.
“Lo que necesitamos es un impuesto para la gente, no a costa de la gente”, dice Randall Thomas, de la Amalgamated Transit Union, un sindicato de trabajadores del transporte de Estados Unidos y Canadá con 190 mil miembros y afiliado a la AFL-CIO. “Esta es una sola causa”, dice, para referirse a la diversidad de gremios y organizaciones representados en esta concentración.
“Los ministros reunidos en el FMI y el Banco Mundial (este sábado) deben entender que las cosas no están bien en la forma en que lo están haciendo. O que no están bien para la gente”, acota Higgins, del sindicato de enfermeras.
El viernes pasado, al inicio de la reunión de la junta de gobernadores del FMI, Christine Lagarde, directora gerente del organismo, aseguró que las políticas emprendidas hasta ahora por los gobiernos en los países avanzados –orientadas a mantener la estabilidad del sistema financiero y reducir las deudas públicas mediante recortes al gasto— han permitido remontar la peor fase de la crisis, pero no se han traducido en recuperación del empleo y crecimiento de las economías.
Lagarde habló de que la economía mundial marcha a tres velocidades: En la primera ubicó a la zona del euro, 17 países con una moneda común, atrapada en una recesión que se prolongará todavía por meses.
La segunda velocidad está representada por Estados Unidos, país en donde el ajuste fiscal en marcha y las políticas de inyección ilimitada de fondos por parte del banco central han logrado echar a andar la economía, aunque el desempleo es ahora de 7.7 por ciento de la población activa, tres puntos porcentuales arriba del registrado antes de la crisis.
Y la tercera corresponde a lo que aquí llaman “mercados emergentes”, es decir, países en desarrollo, grupo en el que incluyen a México, que han liderado la recuperación después del estallido de 2000. Ahora, como se ha mencionado aquí durante la semana, este conjunto de naciones comienza a resentir las consecuencias de la menor demanda de sus productos en Estados Unidos y Europa. Además, se ha vuelto vulnerable a los flujos de capital que dejan los mercados de los países centrales, donde las tasas de interés han sido llevadas a mínimos por los bancos centrales como una forma de impulsar el consumo, para buscar mayor rentabilidad en los de América Latina y Asia.
“La hora de los discursos ya pasó”, dice Higgings. “Es momento de que Wall Street pague, así sea un pequeño impuesto a sus ganancias”, apunta.
Los manifestantes se concentran a un par de cuadras de la sede del Fondo Monetario Internacional (FMI), donde 200 ministros de finanzas y gobernadores de bancos centrales de todo el mundo se reúnen este sábado.
Dentro del edificio, la agenda que discuten los ministros se centra en la forma de sacar del atolladero al sistema financiero de Europa, que después de multimillonarias ayudas no logra levantar cabeza y se ha convertido en el eslabón más frágil de la economía mundial, como lo han planteado los últimos días directivos del FMI.
Karen Higgins, cuya Unión Nacional de Enfermeras se define como la mayor organización de su gremio en el país, explica a La Jornada: “nuestra propuesta es muy sencilla. Un impuesto de apenas 0.5 por ciento a las ganancias de las firmas de Wall Street se convertiría en 350 mil millones de dólares al año para apoyar la economía, la creación de empleo, la salud y la educación”.
Poco se habla ahora de eso, pero fue precisamente en el sistema financiero de Estados Unidos donde se gestó la crisis que desde 2009 afecta al mundo y que el FMI ha calificado ya como “una gran recesión”. “Wall Street gana y nosotros perdemos”, dice Higgings, después de bajar del templete de la concentración en la Plaza Farragut de esta capital, a un par de calles de la Casa Blanca y los edificios del FMI y el Banco Mundial.
Los ingresos de los bancos en Estados Unidos subieron el año pasado a 141 mil 300 millones de dólares, la cifra más alta desde 2006, de acuerdo con la Corporación Federal del Seguro de Depósitos, una entidad que garantiza los ahorros por hasta 250 mil dólares en caso de una quiebra bancaria.
La cifra muestra que los bancos, beneficiarios de las ayudas del gobierno durante la crisis de 2009, lograron remontar la cuesta y que ahora están incluso mejor que en 2006, en pleno auge especulativo con el mercado de hipotecas en este país. Es también el sector financiero el que ha capitalizado las políticas seguidas por el banco central estadunidense de inyectar recursos, prácticamente sin límite –“barra libre de dinero”, lo han llamado— para mantener la liquidez del sistema.
De eso hablan los manifestantes en la Plaza Farragut antes de encaminarse hacia los edificios del FMI y el Banco Mundial y andar también hacia la sede del Departamento del Tesoro, ubicada a un lado de la Casa Blanca.
“Lo que necesitamos es un impuesto para la gente, no a costa de la gente”, dice Randall Thomas, de la Amalgamated Transit Union, un sindicato de trabajadores del transporte de Estados Unidos y Canadá con 190 mil miembros y afiliado a la AFL-CIO. “Esta es una sola causa”, dice, para referirse a la diversidad de gremios y organizaciones representados en esta concentración.
“Los ministros reunidos en el FMI y el Banco Mundial (este sábado) deben entender que las cosas no están bien en la forma en que lo están haciendo. O que no están bien para la gente”, acota Higgins, del sindicato de enfermeras.
El viernes pasado, al inicio de la reunión de la junta de gobernadores del FMI, Christine Lagarde, directora gerente del organismo, aseguró que las políticas emprendidas hasta ahora por los gobiernos en los países avanzados –orientadas a mantener la estabilidad del sistema financiero y reducir las deudas públicas mediante recortes al gasto— han permitido remontar la peor fase de la crisis, pero no se han traducido en recuperación del empleo y crecimiento de las economías.
Lagarde habló de que la economía mundial marcha a tres velocidades: En la primera ubicó a la zona del euro, 17 países con una moneda común, atrapada en una recesión que se prolongará todavía por meses.
La segunda velocidad está representada por Estados Unidos, país en donde el ajuste fiscal en marcha y las políticas de inyección ilimitada de fondos por parte del banco central han logrado echar a andar la economía, aunque el desempleo es ahora de 7.7 por ciento de la población activa, tres puntos porcentuales arriba del registrado antes de la crisis.
Y la tercera corresponde a lo que aquí llaman “mercados emergentes”, es decir, países en desarrollo, grupo en el que incluyen a México, que han liderado la recuperación después del estallido de 2000. Ahora, como se ha mencionado aquí durante la semana, este conjunto de naciones comienza a resentir las consecuencias de la menor demanda de sus productos en Estados Unidos y Europa. Además, se ha vuelto vulnerable a los flujos de capital que dejan los mercados de los países centrales, donde las tasas de interés han sido llevadas a mínimos por los bancos centrales como una forma de impulsar el consumo, para buscar mayor rentabilidad en los de América Latina y Asia.
“La hora de los discursos ya pasó”, dice Higgings. “Es momento de que Wall Street pague, así sea un pequeño impuesto a sus ganancias”, apunta.
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