lunes, 6 de mayo de 2013
El narco, el gobierno y una célula cósmica para fumar mariguana
Alejandro Saldívar
MÉXICO, D.F. (proceso.com.mx).- Pablo Alfa vive en una célula cósmica reciclada, así lo explica. Él le llama ciclocélula: una bicicleta rodada 24 con traje espacial incluido. Pablo Alfa va solo. Pablo Alfa está drogado. Pablo Alfa va al espacio interestelar.
Realmente Pablo Alfa alterna una semana de mariguana con una semana de serigrafía. Dice que le sale lo creativo. Su ciclocélula lo respalda: un vehículo que tiene integrada una sombrilla raída con capas de aluminio para proteger de los rayos ultravioleta. De vez en cuando la sombrilla se despega o las capas de estaño golpean a los pachecos que exigen legalizar la yerba.
Pablo Alfa habla detrás de su casco de unicel que simula un casco espacial: “Me retiré siete años de las drogas, espiritualmente me fui al Tibet”. Y sí. Pablo camina con la parsimonia de un monje tibetano.
La mente de Pablo Alfa es un tobogán donde los colores resplandecen y los sonidos hacen eco: “Mira, no por fumar dejas de pensar. Esto es una situación placentera y energética. Los sentidos se desarrollan y entras en una dimensión mística”, dice mientras camina sobre avenida Juárez entre el humo espeso de la mariguana.
Dice que no le gustan las drogas sintéticas, que las metanfetaminas revientan el cerebro. “Con el peyote, por ejemplo, tuve varias sensaciones con la luna, aprendí a ver paisajes en el cielo, entre las nubes, y así fueron mis primeros viajes místicos”.
Pablo no es la única especie intergaláctica en la marcha para exigir la despenalización en el uso de la mariguana: Hay una legión de tambores alrededor de una fuente en la Alameda. El saltimbanqui que se escapó de un circo. Los raperos que riman a la mota. Los que usan antifaz con dibujos de plantas de mariguana. Los intelectuales que critican la política militar del Estado. Los bilingües que gritan: “¡No more drug war!”. Un saxofonista con cascabeles en los tobillos.
Ernesto tiene unos ojos que parecen eclipses de luna sacados de una película de terror. Está en un extremo de la Alameda con un grupo de raperos que aflojan la sintaxis después de fumar.
Ernesto borbotea un lenguaje rítmico: “La mota es la candidata / para acompañarme en mi carro / en un buen viaje / prefiero la yerba / a tener este cemento / déjame volar sobre cosas / que no me podrás dar / me late la ganja / es mi combustible / me vuela / como si fuera un cohete.”
Ernesto le da un jale al carrujo. Una corriente eléctrica lo recorre por dentro. Su pulgar rasca su dedo índice. La multitud desaparece. Sólo le interesa prolongar el hormigueo que recorre sus brazos y se sube a las mejillas y al cerebro.
Rumbo al Monumento a la Revolución marcha un grupo que exige detener la barbarie que ha dejado la guerra contra las drogas.
“La política antidrogas está fundada en una lógica prohibicionista que hostiga la libertad individual y alienta el mercado de los cárteles y los gobiernos. Esa política sigue respondiendo a intereses de Estados Unidos y aunque el discurso del narcotráfico haya salido del plano informativo sigue generando violencia. La legalización de la mariguana depende de la presión de la gente y de un cambio cultural sobre la ilegalidad”, dice Imanol Ordorica, profesor universitario.
El humo se arremolina detrás de Bellas Artes. Los manifestantes corean: “El narco y el gobierno son el mismo infierno”. Otros gritan “Le-ga-li-za-ción, le-ga-li-za-ción” como si se tratara de un mantra.
Las consignas invitan a jugar a los viajes y a apretar los párpados: “No al narco, sí al autocultivo”. “Yo soy pacheco, si te gusta la mota, apaga la tele”. “La despenalización es nuestro derecho”. “Despenalización por el bien de la nación”. “Evita el cataclismo, cultívala tú mismo”. “Puestos… para pagar impuestos”. “Regulación legal y no criminal”. “Drogas y ciencia. Investigación no ficción”. “No más extorsión… Mariguana regulación”.
En la Alameda circulan carrujos del tamaño de un puro. Puños de mariguana por 20 pesos que es vendida en copias de algún memorándum de la oficina, o en un pedazo de periódico amarillista. Cigarrillos de yerba hidropónica por 50 pesos. Panques por 15. Chocolates por 5. Caguamas y mariguana. La reluciente tranquilidad en la Alameda Central. La ilusión de viajar al espacio interestelar.
Fuente Proceso
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