lunes, 9 de septiembre de 2013

IVA: que siempre no / Crece la tasa del ISR / Recaudar más, el fin



Carlos Fernández-Vega

En breve los mexicanos conocerán en detalle de qué tamaño será su contribución (léase en qué medida deberán reducir su ingreso) para que los objetivos de la reforma fiscal peñanietista se materialicen. Sin duda, la austera ceremonia de entrega-recepción (ayer, al filo de las 17 horas en la Cámara de Diputados) que encabezó el secretario de Hacienda, Luis Videgaray, fue inversamente proporcional al tamaño del machetazo impositivo preparado por los genios tecnocráticos.
Tal ceremonia se prolongó unos cuantos minutos, pero el efecto fiscal en los bolsillos de los mexicanos lo hará eternamente, porque aquí los precios y los impuestos sólo suben, nunca bajan. Junto con la reforma fiscal (hacendaria, le llama), Videgaray entregó el paquete económico para 2014 (iniciativa de Ley de Ingresos, proyecto de presupuesto de egresos de la federación y criterios generales de política económica), que deberá aprobarse en su totalidad (incluidas eventuales modificaciones) a más tardar el 15 de noviembre.
Y tan-tan. Aunque es previsible que el presupuesto de egresos de la federación para 2014 supere los 4 billones de pesos y que la Ley de Ingresos considere un monto similar, ni un solo elemento, ni un solo dato, ni una sola cifra aportó el titular de Hacienda a los mexicanos que van a pagar por tan brillantes propuestas, y menos el presidente en turno de la Cámara de Diputados, Ricardo Anaya.
Desde luego que los detalles de tal paquete y de la iniciativa hacendaria (que viene aderezada con una propuesta de seguridad social universal, la que, según Felipe Calderón, ya estaba garantizada con el seguro popular, que resultó ser un fiasco, como él mismo) se irán conociendo (por razones de horario de cierre, México SA los comentará en la entrega de mañana), pero de entrada el sonriente Videgaray se limitó a la foto en el Palacio de San Lázaro.
Una hora después vendría la pomposa ceremonia en Los Pinos (con Peña Nieto, los abajo firmantes del Pacto por México, gobernadores y demás bellezas de la clase política), donde el titular de Hacienda abordó superficialmente algunos aspectos de la economía nacional, para finalmente no decir nada y cederle los trastos a Enrique Peña Nieto, quien tomó el micrófono para mencionar algunos puntos de la reforma (especialmente un elemento por demás destacado que se detalla más adelante).
Eso sí, fuera del ámbito oficial se divulgó una versión del eventual contenido de la reforma fiscal, con base en un borrador obtenido por la agencia Reuters (un medio regularmente serio en el manejo de la información), en la que se indica que el gobierno de Enrique Peña Nieto prevé incrementar la recaudación tributaria hasta 2.9 por ciento del producto interno bruto, algo así como 435 mil millones de pesos, de los que alrededor de la mitad se captarían por el incremento en la tasa (dos puntos porcentuales) del impuesto sobre la renta, cuya mayor cota pasaría de 30 a 32 por ciento.
El aumento en tasa y recaudación sería paulatino (de entrada 1.4 por ciento hasta llegar a casi 3 por ciento del PIB), pero el hecho es que lejos de reducirse paulatinamente (como prometieron gobierno calderonista y legisladores en la reforma fiscal anterior) la proporción de este gravamen se incrementaría en la citada medida para todos aquellos con ingresos superiores a 500 mil pesos anuales. Echen números, tomando como base el más reciente informe del Coneval, en el que se subraya que 80 por ciento de los mexicanos es pobre y/o vulnerable.
De concretarse, una buena noticia sería la desaparición del IETU (impuesto empresarial a tasa única), un invento depredador en tiempos de Felipe Calderón, que obliga a los causantes a pagar dos veces por el mismo ingreso. Paralelamente, del mapa fiscal se borraría el IDE, que no es contra cosa que el impuesto sobre depósitos en efectivo.
Punto nodal en todo esto sería la eliminación del régimen de consolidación fiscal, cuyos jugosos incentivos sólo han beneficiado a los grandes corporativos y procurado enormes riquezas para sus propietarios, al grado que diez mega empresarios registran fortunas conjuntas equivalentes a 15 por ciento del PIB. Otro aspecto del citado borrador se refiere a las pingües ganancias y dividendos en el mercado bursátil, las cuales se gravarían con una tasa de 10 por ciento (contra 32 por ciento que se propondría para todos aquellos que no participen en ese casino), propuesta que estaría totalmente alejada del principal criterio a seguir en cualquier ley fiscal: la equidad.
Según se anota en el borrador referido por la agencia Reuters, a partir del próximo año el precio de la gasolina aumentaría con base en el crecimiento de la inflación, lo que si bien no erradica la política de constantes aumentos en este combustible sí aminoraría el ritmo de avance, pues hasta ahora los gasolinazos han estado muy por arriba del crecimiento general de precios. De igual forma, se aplicaría el impuesto especial sobre producción y servicios (IEPS) a bebidas azucaradas (léase refrescos y otro tipo de chatarra), lo cual –en términos ideales– podría reducir la obesidad y otras enfermedades, al tiempo que indirectamente fomentaría el cambio de los no muy saludables hábitos alimenticios de muchos mexicanos.
Donde de plano no cuadra la buena voluntad es en la presunta intención gubernamental de reducir la carga fiscal a Pemex, pues de acuerdo con el multicitado borrador la rebaja en la aportación fiscal de la paraestatal sería de 79 a 60 por ciento, cuando en los hechos supera el 100 por ciento. De cada peso de rendimiento neto (léase utilidad neta), Hacienda se queda con el peso íntegro, más un plus. Tal vez esta reducción adelante el escaso éxito que tendría aquello de compartir utilidades con las voraces trasnacionales a partir de la reforma energética.
Por su efecto social, intencionalmente se dejó para lo último uno de los aspectos más delicados de todo esto: IVA en alimentos y medicinas. Felizmente, la propuesta de Enrique Peña Nieto no considera aplicarlo. Una excelente decisión, por cierto.
En fin, ya conocerá el detalle, pero hay que subrayar: es importante no sólo cuánto se recauda, sino en qué y cómo se gasta, porque es documentable que hasta ahora el gasto público no ha mejorado la calidad de vida de los mexicanos. Se gasta, sí, pero muy mal.
Las rebanadas del pastel
Será necesario mucho más que una convocatoria adicional para frenar el atraco a la nación que significa la reforma energética.

Fuente Proceso

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