Por Alejandro Calvillo
Casi 9 millones de mexicanos adeudan 170 mil 561 millones de pesos por compras con tarjetas de crédito, según datos del Banco de México. Este monto supera en 6.8 por ciento la deuda alcanzada en 2011.
Se dice que por eso Banxico incrementó el pago mínimo mensual en las tarjetas de crédito, con la intención de “ayudar” al consumidor a liquidar más rápido sus deudas.
Es claro que el consumidor necesita una ayuda más radical, ante un escenario de frenético estímulo al consumo e ínfimo control de la banca. No es casual que entre enero y noviembre de 2012 los 42 bancos comerciales que operan en México hayan obtenido 44 mil 400 millones de pesos en utilidades sólo por cobro de intereses. Esto representó 57 por ciento de todas sus ganancias, mismas que crecieron 25 por ciento con respecto a las obtenidas en 2011. Queda claro que lo ideal para la banca es que los consumidores hagan un mal uso de sus tarjetas.
De ahí el bombardeo mediático, incitado por las empresas, aguijoneado por los bancos, con la complacencia de las autoridades, para que los consumidores intensifiquen el uso de dinero virtual para adquirir bienes y servicios que los encadenarán a las modernas tiendas de raya.
Así, la vieja conseja de “adquiere sólo aquello que se encuentre al alcance de tus posibilidades” queda sepultada por el tsunami del consumismo. Lo mismo ha ocurrido con la “cultura del ahorro”. Ahora los bancos insisten en que el consumidor dé rienda suelta al principio del placer y acate el lema publicitario “La vida es hoy”.
El riesgo es real y enorme. La sociedad española lo vivió hace una década, cuando se le hizo creer que “poder adquisitivo” era sinónimo de “acceso al crédito”. Masivamente, los consumidores se engancharon en planes de pago para una casa propia (de preferencia con alberca), un coche del año, lo último en avances tecnológicos, nuevo guardarropa al cambio de estación… todo lo deseable era accesible, fiado y a plazos cada vez más largos.
Durante 2004 la deuda de las familias españolas creció 20 por ciento, para llegar a 526 mil millones de euros y colocarse tres por ciento arriba de lo que obtenían de ingresos. Y pronto miles de familias cayeron en la insolvencia propia de este esquema de consumo. La ley española incluso debió permitir que los ciudadanos recurrieran a una figura hasta entonces sólo usada por las empresas: declararse “en suspensión de pagos”.
La situación se tornó catastrófica cuando se presentaron los imprevistos, como la llegada de la crisis financiera de 2007 que provocó el derrumbe para miles de familias.
Los especialistas calificaron este fenómeno como “consumo de ficción”: las familias adquirieron lo que hasta un día antes les resultaba inaccesible. Se trataba en buena medida de bienes prescindibles y de alto costo, como los productos electrónicos de última generación (televisores, teléfonos, reproductores de video, equipos de sonido, computadoras).
Esta incitación al consumismo suele enfocarse a los jóvenes, por ser el sector menos dispuesto a esperar. Un estudio europeo sobre adicción al consumo encontró que 46 por ciento de jóvenes compra en exceso y 40 por ciento de los menores de 30 años paga siempre con tarjeta (práctica que induce al sobregiro). De hecho, para buena parte de los jóvenes sus opciones de entretenimiento se encuentran en los centros comerciales.
Quizá el mayor problema es creer que la compra es inmediata mientras la deuda sólo será temporal.
Este autoengaño es similar al discurso positivo del consumidor. The Regeneration Consumer realizó en septiembre y octubre de 2012 una encuesta entre 6 mil 224 consumidores de Brasil, China, India, Alemania, Reino Unido y Estados Unidos. Dos tercios de los entrevistados dijo que “como sociedad, necesitamos consumir mucho menos para mejorar el medio ambiente para las futuras generaciones” (66 por ciento), y que perciben “un sentimiento de responsabilidad que los empuja a comprar productos que son buenos para el medio ambiente y para la sociedad” (65 por ciento).
Sin embargo, ese propósito verbal se estrella con una realidad arraigada en las prácticas de consumo: la mayoría dijo que compraría más productos que son ambiental y socialmente responsables si “se desempeñaran tan bien, o mejor, que los productos que usualmente compran” (75 por ciento), “no costaran más” (70 por ciento), “las declaraciones sobre salud y ambientales fueran más creíbles” (64 por ciento), o si los propios consumidores “tuvieran un mejor entendimiento sobre qué hace a los productos ambiental o socialmente responsables” (63 por ciento), o si “pudieran ver beneficios ambientales o sociales de los productos de manera inmediata” (63 por ciento).
Pensar distinto es un avance sólo si va acompañado de cambios prácticos. En Reino Unido y Alemania la mayoría de las familias vive con deudas que superan su nivel de ingresos. En España, a pesar del derrumbe financiero experimentado al final de la década pasada, el endeudamiento de las familias se incrementó en 63 por ciento entre 2004 y 2012.
Es una oleada global y los consumidores mexicanos están siendo empujados en esa dirección. Por ejemplo, durante El Buen Fin de 2012 creció 55 por ciento el uso de tarjetas de crédito respecto al año anterior, en una venta masiva de bienes no indispensables.
Si las autoridades realmente quieren ayudar al consumidor deberán frenar el estímulo al consumismo y respaldar las campañas orientadas hacia un consumo razonado y sustentable que no hipoteque el futuro de las nuevas generaciones.
* Director de El Poder del Consumidor
(con la colaboración de Gerardo Moncada)
(con la colaboración de Gerardo Moncada)
Fuente Revista Emeequis
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