Los programas divulgados por Televisa y Tv Azteca refuerzan actitudes sexistas y homofóbicas, hacen de la humillación al ser humano factor de entretenimiento cotidiano, ridiculizan a quienes se oponen a ellos, reproducen estereotipos, caricaturizan a estratos sociales como los indígenas, la gente de escasos recursos, las mujeres y la comunidad LGBTTI,[1] tergiversan la información en beneficio de sus intereses privados, violan la constitución y, recientemente, han llegado al punto de presentar en vivo montajes que falsifican la realidad.
En 1970 la publicación del artículo
“Constituents of a theory of the media” de Hans Magnus Enzesberger dio
pie a una de las polémicas más interesantes respecto al papel de la
televisión en las sociedades modernas. En su texto, el ensayista y
literato alemán criticaba a la “izquierda” de la época por lo estrecho
de sus juicios sobre el papel de los mass media y por la poca
importancia que le otorgaban al análisis de la producción simbólica en
beneficio del estudio de la producción material.
Según Enzesberger, la “izquierda” se
había limitado a señalar a los medios masivos como fuentes de
manipulación ideológica, sin detenerse a investigar su potencial
emancipatorio. Desde una posición marxista, el escritor intentaba
demostrar que el efecto narcotizante de los mass media se debía
a que habían sido concentrados monopólicamente por parte de la “clase
dominante” y, por tanto, servían a sus intereses políticos y económicos.
De ahí que Enzesberger dibujara un programa de transformación de los
mismos capaz de explotar su potencial crítico y aprovechar su enorme
resonancia.
Ahí donde los medios poseídos por la
clase dominante eran administrados por una élite, el alemán proponía
medios gestionados por la comunidad; ahí donde los contenidos eran
dictados por el gran capital, Enzesberger recomendaba contenidos
generados por la ciudadanía; finalmente, ahí donde los medios eran
usados como “fuentes de control” por los poderes conservadores, el autor
de “Constituents of a theory of the media” estipulaba que las fuerzas
progresistas debían luchar por medios que sirvieran para “romper” esos
poderes. Este planteamiento renovó la discusión sobre el papel de lo que
él llamaba “Industrias de la conciencia”.
Dos años después, el filósofo francés Jean Baudrillard emprendió una crítica feroz contra las tesis del alemán. Para él, los mass media
en general y la televisión en particular, no sólo generaban efectos de
manipulación ideológica debido a que eran poseídos por un sector
dominante, sino por su propia estructura. Según el francés, la
naturaleza de los mass media y su diseño tecnológico impiden de
suyo la interacción, descontextualizan irremediablemente la información
y parcelan la realidad. Por ello, la televisión y los medios de masas
son, por definición, “lo que veda la comunicación”, ya que imposibilitan
toda respuesta de las audiencias.
Aunque interesante, la crítica de
Baudrillard soslayaba un factor que el desarrollo de las teorías de la
comunicación y el análisis de la recepción mostraría con claridad: la
capacidad de análisis de las audiencias y su papel activo en la
estructuración del mensaje recibido. En la década de 1970 los estudios
culturales realizados en Birmingham comenzaron a analizar los mensajes
de los mass media no ya como entidades completas y estáticas,
sino como sugerencias incompletas y dinámicas que la audiencia
interpretaba y llenaba de sentido según sus propias vivencias. Así, la
investigación al respecto se dio a la tarea no sólo de estudiar los
mensajes emitidos por los medios, sino su contexto de recepción, para
entender el papel que las industrias de la conciencia tienen en las
sociedades modernas.
Ahora bien, en México el contexto en el
que actúan los medios masivos en general y la televisión en particular
es alarmante. En lo que respecta a esta última debe decirse que sólo dos
familias concentran el 96 por ciento de las concesiones de televisión
abierta, impidiendo con ello el acceso de la ciudadanía a una
información plural y a contenidos diversos. Pero no sólo eso, los
programas divulgados por Televisa y Tv Azteca refuerzan actitudes
sexistas y homofóbicas, hacen de la humillación al ser humano factor de
entretenimiento cotidiano, ridiculizan a quienes se oponen a ellos,
reproducen estereotipos, caricaturizan a estratos sociales como los
indígenas, la gente de escasos recursos, las mujeres y la comunidad
LGBTTI,[1]
tergiversan la información en beneficio de sus intereses privados,
violan la constitución y, recientemente, han llegado al punto de
presentar en vivo montajes que falsifican la realidad.
Basta prender el televisor para hallar
comprobaciones empíricas de estos señalamientos. Desde la presentación
de la mujer como un objeto sexual en el programa matutino de Víctor
Trujillo, hasta los linchamientos mediáticos a personajes políticos,
movimientos sociales o medios críticos en el noticiero de Joaquín López
Dóriga, pasando por las incontables telenovelas que reproducen el ideal
de la mujer sumisa o el humillante programa conducido por Laura Bozzo,
la pantalla de Televisa refuerza durante horas conductas que la propia
Comisión Nacional para la Prevención de la Discriminación (CONAPRED) ha
condenado desde hace tiempo.
Este diagnóstico se vuelve más
preocupante si comprendemos que en nuestro país, desde su surgimiento,
Televisa sirvió como el aparato ideológico de un partido autoritario
que gobernó durante más de 70 años la nación. A través de la pantalla y a
lo largo del tiempo se fue configurando un ideal cultural y una serie
de referentes que, en mayor o menor medida, influenciaron la
estilización de las conductas de los sujetos y la configuración de sus
creencias.
Especialistas entrevistados por #RevistaHashtag
coinciden en que, si bien en México los medios no determinan de manera
unilateral las conductas de los individuos, sí son factores clave para
la comprensión de su mundo y de su propia persona. El caso del televisor
resulta paradigmático pues, por su capacidad de seducción a través de
la imagen y su alcance casi irrestricto, posee mayor poder que las demás
industrias de la conciencia. Los expertos señalan que, por sí misma, la
televisión no construye estereotipos, pero sí los refuerza, a la par
que legitima ideas, actitudes y creencias que influyen decisivamente en
la vida de los sujetos. Esta sola situación ameritaría ya una
responsabilidad ética por parte de quienes administran los medios, pero
cuando el único fin perseguido por los mismos es el lucro desmedido y la
acumulación de poder, poco puede importarles el cumplimiento de
criterios éticos.
No obstante, el hecho de que las
televisoras hagan uso del espectro radioeléctrico que es propiedad de la
nación, no sólo las hace partícipes de una responsabilidad ética, sino
de una obligación legal. La falta de firmeza de la clase política y los
acuerdos tras bambalinas que caracterizan su relación con las
televisoras, han permitido que, durante décadas, los empresarios que las
dirigen campeen a sus anchas y hagan con ellas lo que mejor les
parezca. Sin embargo, en las circunstancias en las que se encuentra el
país resulta absolutamente necesario que se establezca un marco jurídico
moderno, acorde a los requerimientos sociales, que transforme
definitivamente esta situación; si esto no es así, más pronto que tarde,
nuestra endeble democracia se transformará en una “telecracia”.
Si observamos la situación en la que se
encuentra México, la reflexión de Enzesberger parece recobrar
actualidad. Cualquier transformación en el sistema de telecomunicaciones
debe tomar en cuenta que el estado de dominación y aletargamiento
político generado por gran parte de los mass media no sólo se
resuelve mediante la competencia mercantil, pues estas industrias
seguirían en las manos de intereses privados. Esta condición, aunque
necesaria, resulta insuficiente, ya que, como bien mostraba el ensayista
alemán, el verdadero problema consiste en saber quién es el legítimo
dueño de esos medios de producción simbólica y, por ende, quién es el
dueño del espectro radioeléctrico, si unas cuantas familias de
empresarios, así sean 50 o 100, o la sociedad en su conjunto.
Fuente revistahashtag
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