lunes, 1 de abril de 2013

LA TELECRACIA QUE NOS ESPERA

Los programas divulgados por Televisa y Tv Azteca refuerzan actitudes sexistas y homofóbicas, hacen de la humillación al ser humano factor de entretenimiento cotidiano, ridiculizan a quienes se oponen a ellos, reproducen estereotipos, caricaturizan a estratos sociales como los indígenas, la gente de escasos recursos, las mujeres y la comunidad LGBTTI,[1] tergiversan la información en beneficio de sus intereses privados, violan la constitución y, recientemente, han llegado al punto de presentar en vivo montajes que falsifican la realidad.

En 1970 la publicación del artículo “Constituents of a theory of the media” de Hans Magnus Enzesberger dio pie a una de las polémicas más interesantes respecto al papel de la televisión en las sociedades modernas. En su texto, el ensayista y literato alemán criticaba a la “izquierda” de la época por lo estrecho de sus juicios sobre el papel de los mass media  y por la poca importancia que le otorgaban al análisis de la producción simbólica en beneficio del estudio de la producción material. 

Según Enzesberger,  la “izquierda” se había limitado a señalar a los medios masivos como fuentes de manipulación ideológica, sin detenerse a investigar su potencial emancipatorio. Desde una posición marxista, el escritor intentaba demostrar que el efecto narcotizante de los mass media se debía a que habían sido concentrados  monopólicamente por parte de la “clase dominante” y, por tanto, servían a sus intereses políticos y económicos. De ahí que Enzesberger dibujara un programa de transformación de los mismos capaz de explotar su potencial crítico y aprovechar su enorme resonancia.
Ahí donde los medios poseídos por la clase dominante eran administrados por una élite, el alemán proponía medios gestionados por la comunidad; ahí donde los contenidos eran dictados por el gran capital, Enzesberger recomendaba contenidos generados por la ciudadanía; finalmente, ahí donde los medios eran usados como “fuentes de control” por los poderes conservadores, el autor de “Constituents of a theory of the media” estipulaba que las fuerzas progresistas debían luchar por medios que sirvieran para “romper” esos poderes. Este planteamiento renovó la discusión sobre el papel de lo que él llamaba “Industrias de la conciencia”. 
Dos años después, el filósofo francés Jean Baudrillard emprendió una crítica feroz contra las tesis del alemán. Para él, los mass media en general y la televisión en particular, no sólo generaban efectos de manipulación ideológica debido a que eran poseídos por un sector dominante, sino por su propia estructura. Según el francés, la naturaleza de los mass media y su diseño tecnológico impiden de suyo la interacción, descontextualizan irremediablemente la información y parcelan la realidad. Por ello, la televisión y los medios de masas son, por definición, “lo que veda la comunicación”, ya que imposibilitan toda respuesta de las audiencias.
Aunque interesante, la crítica de Baudrillard soslayaba un factor que el desarrollo de las teorías de la comunicación y el análisis de la recepción mostraría con claridad: la capacidad de análisis de las audiencias y su papel activo en la estructuración del mensaje recibido. En la década de 1970 los estudios culturales realizados en Birmingham comenzaron a analizar los mensajes de los mass media no ya como entidades completas y estáticas, sino como sugerencias incompletas y dinámicas que la audiencia interpretaba y llenaba de sentido según sus propias vivencias. Así, la investigación al respecto se dio a la tarea no sólo de estudiar los mensajes emitidos por los medios, sino su contexto de recepción, para entender el papel que las industrias de la conciencia tienen en las sociedades modernas. 
Ahora bien, en México el contexto en el que actúan los medios masivos en general y la televisión en particular es alarmante. En lo que respecta a esta última debe decirse que sólo dos familias concentran el 96 por ciento de las concesiones de televisión abierta, impidiendo con ello el acceso de la ciudadanía a una información plural y a contenidos diversos. Pero no sólo eso, los programas divulgados por Televisa y Tv Azteca refuerzan actitudes sexistas y homofóbicas, hacen de la humillación al ser humano factor de entretenimiento cotidiano, ridiculizan a quienes se oponen a ellos, reproducen estereotipos, caricaturizan a estratos sociales como los indígenas, la gente de escasos recursos, las mujeres y la comunidad LGBTTI,[1] tergiversan la información en beneficio de sus intereses privados, violan la constitución y, recientemente, han llegado al punto de presentar en vivo montajes que falsifican la realidad. 
Basta prender el televisor para hallar comprobaciones empíricas de estos señalamientos. Desde la presentación de la mujer como un objeto sexual en el programa matutino de Víctor Trujillo, hasta los linchamientos mediáticos a personajes políticos, movimientos sociales o medios críticos en el noticiero de Joaquín López Dóriga, pasando por las incontables telenovelas que reproducen el ideal de la mujer sumisa o el humillante programa conducido por Laura Bozzo, la pantalla de Televisa refuerza durante horas conductas que la propia Comisión Nacional para la Prevención de la Discriminación (CONAPRED) ha condenado desde hace tiempo.
Este diagnóstico se vuelve más preocupante si comprendemos que en nuestro país, desde su surgimiento, Televisa sirvió como el aparato ideológico de un  partido autoritario  que gobernó durante más de 70 años la nación. A través de la pantalla y a lo largo del tiempo se fue configurando un ideal cultural y una serie de referentes que, en mayor o menor medida, influenciaron la estilización de las conductas de los sujetos y la configuración de sus creencias.   
Especialistas entrevistados por #RevistaHashtag coinciden en que, si bien en México los medios no determinan de manera unilateral las conductas de los individuos, sí son factores clave para la comprensión de su mundo y de su propia persona. El caso del televisor resulta paradigmático pues, por su capacidad de seducción a través de la imagen y su alcance casi irrestricto, posee mayor poder que las demás industrias de la conciencia. Los expertos señalan que, por sí misma, la televisión no construye estereotipos, pero sí los refuerza, a la par que legitima ideas, actitudes y creencias que influyen decisivamente en la vida de los sujetos. Esta sola situación ameritaría ya una responsabilidad ética por parte de quienes administran los medios, pero cuando el único fin perseguido por los mismos es el lucro desmedido y la acumulación de poder, poco puede importarles el cumplimiento de criterios éticos.
No obstante, el hecho de que las televisoras hagan uso del espectro radioeléctrico que es propiedad de la nación, no sólo las hace partícipes de una responsabilidad ética, sino de una obligación legal. La falta de firmeza de la clase política y los acuerdos tras bambalinas que caracterizan su relación con las televisoras, han permitido que, durante décadas, los empresarios que las dirigen campeen a sus anchas y hagan con ellas lo que mejor les parezca. Sin embargo, en las circunstancias en las que se encuentra el país resulta absolutamente necesario que se establezca un marco jurídico moderno,  acorde a los requerimientos sociales, que transforme definitivamente esta situación; si esto no es así, más pronto que tarde, nuestra endeble democracia se transformará en una “telecracia”. 
Si observamos la situación en la que se encuentra México, la reflexión de Enzesberger parece recobrar actualidad. Cualquier transformación en el sistema de telecomunicaciones debe tomar en cuenta que el estado de dominación y aletargamiento político generado por gran parte de los mass media no sólo se resuelve mediante la competencia mercantil, pues estas industrias seguirían en las manos de intereses privados. Esta condición, aunque necesaria, resulta insuficiente, ya que, como bien mostraba el ensayista alemán, el verdadero problema consiste en saber quién es el legítimo dueño de esos medios de producción simbólica y, por ende, quién es el dueño del espectro radioeléctrico, si unas cuantas familias de empresarios, así sean 50 o 100, o la sociedad en su conjunto.

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