viernes, 10 de mayo de 2013
La vida “trans” en lo más cruel del Paraíso Anna G. Lozano
En la colonia Lomas del Paraíso, a través de los territorios de variopintas bandas, existe una zona trans, donde personas transexuales y transgénero intentan cada día y cada noche sobrevivir. Y no es una metáfora: cada vez que ejercen el único oficio que les deja la sociedad, estos disidentes del absolutismo biológico arriesgan la existencia.
GUADALAJARA, Jal. (Proceso Jalisco).- Se hace llamar a sí misma Carla Greta, pero su nombre verdadero es Carlos. Tiene 32 años y es el transexual mayor de Lomas del Paraíso, una de las colonias más peligrosas de Guadalajara.
A Carlos lo apodan también La Abuela por los conocimientos teóricos y prácticos que trasmite a la comunidad transgénero y transexual. Es alto, delgado, de movimientos delicados y cejas delineadas. Hoy no lleva puesto maquillaje y su vello facial empieza a asomar en su rostro. Tiene un novio 10 años menor llamado Martín, es callado, tiene tatuajes en los brazos y suele usar una gorra del santo Malverde mientras juega dominó en la sala del hogar que comparten, mientras Carlos habla con la reportera.
Más que La Abuela es la matriarca de los transexuales más vulnerables de la colonia. Les enseña a colocarse una peluca, a mover sus manos en el aire y a agudizar la voz frente a un hombre. Les indica que las mejores hormonas son las aceitosas que ella se inyecta y se consiguen a la vuelta del céntrico Santuario de Guadalupe por 40 pesos. Les aconseja que se asuman como mujeres y caminen erguidas, aun en tacones y por el empedrado, ignorando a quienes se ríen de ellas. Pero lo más importante es que les hace entender a las jóvenes que pocas salen vivas de los peligros de la prostitución. Les dice:
“Esto no es juego. Desde que uno decide vestirse de mujer y asumirse como tal, uno debe saber a los peligros a los que se expone. Pues al final de cuentas somos putos y eso no es normal, por lo tanto son muy pocos los espacios dignos que existen para nosotros los anormales. Por eso lo más común es la prostitución; a muchos los han matado y los que siguen vivos son de puro milagro. La mayoría mueren siendo jóvenes.”
Para entrar a Lomas del Paraíso fue necesario pedir autorización al menos a una pandilla. En el sur se habla de los Hawey, que tienen entre 12 y 18 años y se reúnen día y noche afuera del centro deportivo. Su territorio termina con la división geográfica del canal de aguas residuales, que desmiente con su olor el nombre de la colonia.
El Chore y Mario son integrantes de esa banda y pasan las tardes fumando cigarros, bebiendo cerveza y escuchando rap. Aceptan llevar a la reportera hasta la zona donde se juntan los trans siempre y cuando se incluya en esta nota su demanda de que regresen de nuevo las clases de rap que se impartían en la administración municipal anterior como parte de la estrategia para la prevención del delito. Los dos tienen 17 años. Ninguno terminó la secundaria y prefieren la música a las peleas callejeras.
Sin mayor problema, acompañan a la reportera hasta la casa de Jessica, la pupila más cercana de Carla Greta.
Ganarse la vida cerca de la muerte
La rubia Jessica usa un perfume dulce. Tiene 20 años y una sonrisa que cautiva a cualquiera. Ella le cuenta todo a La Abuela, desde el alcoholismo de su madre hasta la ruptura con su primer novio: él le dedicó la canción Aunque no sea conmigo, de Celso Piña, que ahora la hace llorar.
Vive con su madre, su abuela carnal, una tía, un sobrino y dos hermanos en una casa pequeña cuya sala sirve de dormitorio. Por eso Jessica prefiere hablar en otro lado.
Cuando se siente cómoda, fuma con delicadeza mientras se dice inconforme con su cuerpo y habla de la transición al género que considera suyo. Fue a los 14 años, cuando trabajaba en un call center y salía de su casa vestida de hombre para llegar temprano al baño del trabajo y cambiar su vestimenta por maquillaje y una falda corta. Su jefe le decía María, nombre que le gustaba más que el de pila: Juan Martín. Sus días como María terminaron cuando su madre la cachó con los tacones que llevaba en su bolso. Renunció a su trabajo y cambió de María a Jessica.
En el proceso para modificar su cuerpo la acompañaron sus mejores amigas de la cuadra: Brillith, Miranda, La Pancha, Nicole y Juana, entre otras. Consiguen las hormonas en el barrio del Santuario y las consumen cada semana, pero el aumento de glúteos es aparte: pagan 150 pesos por sesión en una estética clandestina de la zona, donde en menos de 45 minutos les inyectan aceite de cocina por litros.
“¡Hay quienes se inyectan hasta cerveza! Nosotras puro aceite. Lo mejor es el biopolímero, porque te quedan más duras, pero es más caro y difícil de conseguir, así que por lo pronto nosotras seguiremos con aceite, aunque a veces nos salgan bolas y se te pase hasta los pies”, dice Brillith, de 20 años.
La inyección de silicona líquida, aceites, biogel y las llamadas “células expansivas” como el biopolímero suelen dejar secuelas irreversibles. Ellas saben esto; lo que ignoran es que los biopolímeros contienen sustancias derivadas del petróleo, como vaselina, y que pueden causar reacciones como dolor e infección con secreción en la piel, embolismo pulmonar, insuficiencia renal… y la muerte.
“A nosotras nos da más miedo envejecer que la propia muerte. Envejecer como mujer trans ha de ser feo, sola y triste. Por eso uno hace lo que sea para sentirse lo más bella posible”, dice la Pancha, que se enorgullece por imitar muy bien a Jenny Rivera.
A su vez, Jessica acaricia su cabello largo y ondulado mientras narra cómo la discriminación laboral la orilló a la prostitución, igual que les pasó a sus amigas. Fue a los 17 años cuando su abuela carnal comenzó a aceptar la nueva identidad de su nieta. Entonces, una tía le dio trabajo en un puesto de comida del mercado Corona. Su gracia y amabilidad le generaban buenas propinas, pero también padeció ahí la burla por primera vez.
“Me hacían mucho bullying; recién llegaban clientes y un trabajador de ahí se encargaba de decirles a todos que yo era hombre, que si no les daba asco que yo los atendiera. Les aguanté muchas, hasta que un día una señora me dijo: ‘Mira mi’ja, no porque seas así tienes que aguantar la burla de estos cabrones, mándalos al carajo’. Lo hice. Un día que se me cayeron los jitomates al piso, uno de ellos me empujó la cabeza al suelo y me dijo ‘pinche puto pendejo’. Le reventé la nariz. Mi tía me despidió y desde entonces me quedé sin trabajo.”
Desde ahí, dice, conoció el camino que transitan la mayoría de los transexuales al menos alguna vez en su vida: “Una llega vestida de mujer, con tacones, maquillada, y luego leen en la solicitud un nombre de hombre como Juan Manuel… La gente no entiende, muchos se asustan y no saben qué decir. Otros se ríen y los más amables te dicen que luego te llaman y no lo hacen. Por eso muchas terminamos en la putería, chula”.
Jessica se inició como sexoservidora cerca de los 18 años. Una noche, en el bar gay Eros, conoció a un hombre que la invitó a trabajar en la zona de Plaza del Sol. Ganaba 500 pesos por servicio, pero tenía que pagar una cuota de piso de mil 200 pesos a la semana a un tipo apodado El Niño. Con frecuencia los clientes la golpeaban y la policía municipal la acosaba, pero sus jornadas en las esquinas terminaron cuando una de sus compañeras fue asesinada, dizque por robarle a un cliente. “¡Era un celular de cascarón! De esos que salen en el cereal, y el cabrón la mató por eso. Lo triste es que todas se mueren así tarde o temprano. Nadie la tiene segura”, dice.
En menos de dos años, tres de sus amigas trans de la colonia fallecieron y otras tantas cayeron presas. La primera fue Atenas, de 20 años, atropellada intencionalmente en el Periférico una noche que trabajaba. Su nombre legal era David García y era conocida como la mejor imitadora de Selena en fiestas y espectáculos. En octubre del año pasado Estrella, a quienes sus padres nombraron Edgar Alexander García, se suicidó en su casa a los 22 años.
La más reciente pérdida es la de su amiga Noemí (J. Guadalupe Estrada), de 19 años, asesinada en un motel de Zapopan el 1 de febrero de dos balazos, en el tórax y en el cráneo: “Poco a poco nos vamos quedando solas. La muerte se nos ha hecho común en esta colonia”, observa Brillith, mientras enseña las fotos de sus tres amigas en el altar de la Virgen de Guadalupe.
Los trans suelen ser víctimas de crímenes sexuales. De acuerdo con la Comisión Ciudadana Contra Crímenes de Odio por Homofobia (CCCCOH), después de Brasil, México es el país latinoamericano con más muertes por ese motivo y Jalisco es el quinto estado del país con más homicidios de ese tipo, con 58 casos desde 1995. “Pero si no puteamos no tragamos. Dejar la prostitución es lo más difícil porque las oportunidades de trabajo están limitadas hasta para los heterosexuales”, interviene La Pancha.
En general se trasladan en grupo. Muchas veces les han arrojado piedras, naranjas y botellas de vidrio. Las agresiones provienen sobre todo de hombres: vecinos de la colonia, policías, taxistas y los propios consumidores de sus servicios:
“El verdadero riesgo está a la hora de subirte al carro del cliente, porque no sabes si vas a regresar viva. Si piden que te hinques y te apuntan con una pistola, como en mi caso, puedes decir que te fue bien. Pero cada vez somos menos las que salimos vivas. Si logras salir bien del servicio, tienes que enfrentarte a un último reto: los taxistas, quienes muchas veces piden un servicio sexual a cambio de subirte”, dice Miranda, de 21 años, a quien le dicen Britney por su cabellera rubia.
Bromean seguros al decir que para no correr peligro les gustaría poner un puesto de frutas aunque no vendieran nada. Ríen al imaginarse ofreciendo churritos y salchipulpos en la esquina, porque lo que anhelan es poner una estética. Acarician ese sueño cada vez que se maquillan, pero cuando se ponen en marcha saben que taconear en la calle es la única salida real.
Prejuicio asesino
“Se lo ‘echan’ en el motel”, tituló el periódico sensacionalista su nota sobre el asesinato de José Guadalupe Estrada, transexual asesinado el 1 de febrero en la colonia El Batán, de Zapopan.
Su madre relata que esa noche Guadalupe salió con una falda negra y lo demás rojo: blusa, zapatos de mocasín y su chamarra favorita. Horas más tarde, los vecinos de Lomas del Paraíso llamaron a su puerta para darle el pésame porque la nota del homicidio se difundió por televisión. De acuerdo con la policía, en la cochera de la habitación 55 del motel Aruba yacía el delgado cuerpo de un joven de unos 20 años vestido de mujer. Tenía dos impactos de bala, en el tórax y en el cráneo. En sus manos tenía un desarmador. Alrededor, varios casquillos de nueve milímetros. El agresor huyó en un Tsuru azul y derribó la pluma de ingreso y salida. Las cámaras de seguridad del establecimiento captaron las placas del auto, pero el asesino sigue libre. El expediente se archivó.
En realidad Guadalupe habría cumplido 20 años el pasado 25 de febrero. Su familia y sus amigos celebraron el cumpleaños con una misa y taquiza, justo como ella lo planeó. Su madre llora de indignación:
“Las autoridades me dijeron que descubrieron que mi hijo no era mujer y que quizá se trató de un ajuste de cuentas. Les pedí el video de seguridad y su celular (de Guadalupe) pero me dijeron que ambos eran confidenciales. No me quisieron dar ni su chamarra, pues que esa iba a la basura por cuestiones de higiene. Sólo me dijeron que ellos me iban a llamar en cuanto supieran algo.”
Sabe que el caso de Guadalupe no es el único y entiende que la justicia no se junta con los pobres. “Como madre, una se da cuenta cuando sus hijos pueden estar metidos en algo como la prostitución, pero yo lo único que pido es saber quién y por qué la mataron. Pedir justicia ya es demasiado, pues aquí el que gana es el que tiene dinero”, concluye, y muestra la última foto que le tomaron.
En entrevista, la coordinadora General de la Red Mexicana de Mujeres Trans, Patricia Betancourt, señala que la discriminación y los crímenes contra las personas transgénero y transexuales se han incrementado:
“En Jalisco estamos alarmadas por la muerte de compañeras, porque no hay avances jurídicos que garanticen nuestros derechos como los de cualquier otro ciudadano. Nos enfrentamos a un debilitamiento de las políticas públicas que no fomenta en el respeto hacia nuestros derechos humanos.”
Y recuerda el caso de Paulina, baleada en la Plaza del Sol en 2006. Su caso sigue archivado pese a que su agresor está bien identificado. Igual sucedió con Gaby, transexual que trabajaba en la misma zona y cuyo cadáver fue hallado en Tlajomulco el año pasado.
Betancourt informa que su organización registró 19 muertes por transfobia en el estado durante 2012 y dos más en lo que va del año. Contar los homicidios es difícil porque el Servicio Médico Forense clasifica los restos por sexo femenino o masculino, sin aclarar si se trata de personas transgénero o transexuales.
Aun así, señala que desde 2005 hasta lo que va de 2013 se han registrado 973 muertes por transfobia en el país. Tan sólo en el estado de Chihuahua se registraron 19 muertes en un mes por esa causa en 2011.
Betancourt, con más de 17 años de lucha por los derechos de los transexuales y personas transgénero, colabora con la Red Latinoamericana y del Caribe de Personas Trans (Red Lactrans). Con base en la información recabada por activistas internacionales, refiere que si bien existe más visibilidad y un registro de más de 600 mujeres transexuales en la zona metropolitana de Guadalajara, aún se requieren políticas públicas para fomentar el acceso al trabajo mediante una ley de identidad de género que permita, como en el Distrito Federal, el cambio legal de nombre y el derecho al reconocimiento de su identidad de género como cada persona la siente, corresponda o no al sexo asignado en el nacimiento.
Recuerda que un travesti es aquel que se viste de mujer momentáneamente; el transgénero es aquel que vive un género diferente al biológico y que el transexual es aquel que recurre a modificaciones anatómicas irreversibles, como la cirugía, para asumirse física y psicológicamente como mujer. Puntualiza:
“Más de 90% de las mujeres transexuales se prostituyen ante la discriminación laboral que padecen sólo por ser mujeres con una identificación de hombres. Esta ley reduciría los índices de trabajo sexual, al dar el primer paso y reconocernos como mujeres. Así podríamos pedir un trabajo con nuestra nueva identidad, y darnos visibilidad, seriedad y el respeto que merecemos.”
En cuanto al aspecto de salud pública, la activista advierte que México está muy por debajo de países como Argentina y Brasil al no ofrecer siquiera un trato digno en los centros de salud:
“Es que estamos mal. En México no hay siquiera un conteo de personas trans portadoras de VIH sida, cuando sabemos que la mayoría de estas mujeres trabajan en la prostitución. Por cuestiones de salud pública deberíamos prestar atención al tema y por lo menos tener un control epidemiológico, pero la realidad es que hay una falta de interés, por lo que necesitamos darle visibilidad al tema.
Fuente Proceso
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