A contracorriente de los demás países de la Unión Europea, Islandia rechaza rescatar a los ricos y castigar a los pobres. La vía de este país comienza a dar frutos y demuestra que no es con recortes al gasto social y la socialización de las pérdidas como se saca de la crisis a las economías del mundo
Salim Lamrani/Red Voltaire
Ante la crisis económica actual, la Unión Europea ha elegido el
camino de la austeridad y ha decidido salvar los bancos. Islandia, en
cambio, procedió anteriormente a la nacionalización de las instituciones
financieras y rechazó las políticas de restricción presupuestaria. Hoy
presenta una tasa de crecimiento de 2.7 por ciento, y hasta el Fondo
Monetario Internacional (FMI) saluda la recuperación económica de ese
país.
En septiembre de 2008, cuando la crisis económica y financiera golpeó
a Islandia, pequeño archipiélago al Norte de Europa con una población
de 320 mil habitantes, el impacto fue tan desastroso como en el resto
del continente. La especulación financiera llevó a la quiebra a los tres
principales bancos islandeses, cuyos activos representaban una suma 10
veces superior al producto interno bruto (PIB) de la nación, con una
pérdida neta de 85 mil millones de dólares.
La tasa de desempleo se multiplicó por nueve entre 2008 y 2010, en
un país que hasta entonces gozaba del pleno empleo. La deuda de Islandia
representaba el 900 por ciento del PIB y la moneda nacional perdió el
80 por ciento de su valor respecto del euro. El país cayó en una
profunda recesión y su PIB descendió en un 11 por ciento en sólo 2 años.
Frente a la crisis
En 2009, cuando el gobierno quiso aplicar las medidas de austeridad
que exigía el FMI a cambio de una ayuda financiera de 2 mil 100
millones de euros, una fuerte movilización popular lo obligó a
renunciar. En elecciones anticipadas, la izquierda ganó la mayoría
absoluta en el Parlamento.
No obstante, el nuevo poder adoptó la ley Icesave (nombre que procede del banco online que quebró y cuyos ahorristas eran en su mayoría holandeses y británicos), con el fin de reembolsar a los clientes extranjeros.
Esta legislación obligaba a los islandeses a pagar una deuda de 3
mil 500 millones de euros (40 por ciento del PIB), es decir, 9 mil euros
por habitante, a 15 años y con una tasa de interés del 5 por ciento.
Frente a las nuevas protestas populares, el presidente se negó a
ratificar el texto parlamentario y lo sometió a un referéndum. En marzo
de 2010, el 93 por ciento de los islandeses rechazó la ley sobre el
reembolso de las pérdidas de Icesave. Cuando la ley se sometió a un
nuevo referéndum, en abril de 2011, el 63 por ciento de los ciudadanos
volvió a rechazarla.
Una nueva constitución fue redactada por una asamblea constituyente
de 25 ciudadanos elegidos por sufragio universal de entre 522
candidatos, constitución que consta de nueve capítulos y 114 artículos.
Se adoptó finalmente en 2011. La nueva carta magna instaura el derecho a
la información, con acceso público a los documentos oficiales (artículo
15), prevé la creación de un Comité de Control de la Responsabilidad
del Gobierno (artículo 63), el derecho a la consulta directa (artículo
65, en el que un 10 por ciento de los electores puede pedir un
referéndum sobre las leyes que vota el Parlamento), así como el
nombramiento del primer ministro por el Parlamento.
Así, contrariamente al resto de las naciones de la Unión Europea
que se ven en la misma situación y que aplicaron escrupulosamente las
recomendaciones del FMI (institución que exigía medidas de austeridad
severa, como se ha hecho en los casos de Grecia, Irlanda, Italia o
España), Islandia eligió una vía alternativa. Cuando los tres bancos
principales del país (Glitnir, Landsbankinn y Kaupthing) se derrumbaron
en 2008, el Estado islandés se negó a inyectarles fondos públicos –como
lo ha hecho el resto de Europa– y procedió a nacionalizarlos.
Del mismo modo, los bancos privados tuvieron que cancelar todos los
créditos con tasas variables superiores al 110 por ciento del valor de
los bienes inmobiliarios. Esto evitó una crisis de subprime
(créditos basura) como la de Estados Unidos. Además, la Corte Suprema
islandesa declaró ilegales todos los préstamos ajustados a divisas
extranjeras otorgados a particulares, y obligó a los bancos a renunciar a
sus créditos en beneficio de la población.
En cuanto a los responsables del desastre (banqueros especuladores
que provocaron el derrumbe del sistema financiero islandés) no fueron
tratados con la mansedumbre que se ha mostrado hacia ellos en el resto
de Europa, donde han sido sistemáticamente exonerados. En efecto, Olafur
Thor Hauksson, fiscal especial nombrado por el Parlamento para ocuparse
de ellos, los mandó a los tribunales y han sido encarcelados. Hasta el
propio exprimer ministro, Geir Haarde, se vio obligado a comparecer ante
la justicia.
Una alternativa a la austeridad
Los resultados de la política económica y social islandesa han sido
espectaculares. Mientras la Unión Europea se encuentra en plena
recesión, Islandia obtuvo una tasa de crecimiento de un 2.1 por ciento
en 2011, prevé una tasa de 2.7 por ciento para 2012 y una tasa de
desempleo de 6 por ciento. El país se dio incluso el lujo de proceder al
reembolso anticipado de sus deudas con el FMI.
El presidente islandés, Ólafur Grímsson, explica este “milagro”
económico: “La diferencia es que en Islandia dejamos que los bancos
quebraran. Eran instituciones privadas. No inyectamos dinero para
salvarlas. El Estado no tiene por qué asumir esa responsabilidad”.
Contra todo pronóstico, el FMI saludó la política del gobierno
islandés (el cual aplicó medidas totalmente opuestas a las que preconiza
esa institución), política que ha permitido preservar “el valioso
modelo nórdico de protección social”. En efecto, Islandia dispone de un
Índice de Desarrollo Humano bastante elevado. “El FMI declara que el
plan de rescate al modo islandés ofrece lecciones para los tiempos de
crisis”. La institución agrega que “el hecho de que Islandia haya
logrado preservar el bienestar social de las unidades familiares y
conseguir una consolidación fiscal de gran envergadura es uno de los
mayores logros del programa y del gobierno islandés”. No obstante, el
FMI omitió precisar que estos resultados fueron posibles sólo porque
Islandia rechazó su terapia de choque neoliberal y elaboró un programa de estímulo económico alternativo y eficiente.
El caso de Islandia demuestra que existe una alternativa creíble a
las políticas de austeridad que hoy se aplican en toda Europa. Además de
ser económicamente ineficientes, esas políticas de austeridad son
políticamente costosas y socialmente insostenibles. Al elegir poner el
interés general por encima del interés de los mercados, Islandia muestra
al resto del continente (y del mundo) la vía para escapar del callejón sin salida.
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