MÉXICO, DF, (apro).- El desalojo de los maestros del Zócalo ha sido uno de los mayores despliegues de la Policía Federal en la Ciudad de México, comparable al del 1 de diciembre pasado.
Preludio
Todo comienza la noche del jueves. Apenas ha caído el sol y un rumor empieza a propagarse por la Ciudad de México: los maestros de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) han aceptado abandonar el plantón del Zócalo capitalino para permitir el Grito de Independencia.
Los medios de comunicación comienzan a mostrar imágenes de profesores levantando carpas y enseres… Sin embargo, no han pasado cuarenta minutos del anuncio cuando se descubre que el retiro sólo implica a los profesores de las secciones 9 (DF) y 18 (Michoacán). La número 22 (Oaxaca), que es la más numerosa y aguerrida, continuará en la Plaza de la Constitución.
Las llamadas y reuniones entre integrantes del gobierno federal y de la Ciudad de México no se hacen esperar, afirman políticos cercanos a las negociaciones.
Y toman una decisión: el miércoles desalojarían a los disidentes. Las órdenes comienzan a fluir hasta los mandos policiacos: la Federación estaría al frente del operativo (en última instancia, la seguridad del DF sigue estando a cargo del gobierno federal) y los agentes capitalinos colaborarían.
Primer acto
A las seis de la mañana los policías están listos y se dirigen al Zócalo. Una hora después el aumento en la seguridad es notorio, así que los profesores organizan pequeñas patrullas que recorren las calles aledañas al Zócalo, con el fin de investigar qué ocurre. A las ocho de la mañana ya no hace falta indagar nada: los policías federales ya están en la zona y el cerco comienza a formarse. El día pinta negro para los manifestantes: las nubes de lluvia, los helicópteros policiacos y el desalojo federal los acechan.
A las 11 de la mañana, algunos profesores de las secciones 9 y 18 que no habían partido la noche anterior se van rumbo al Monumento a la Revolución. Paralelamente, las tensiones dentro de la sección 22 —existentes desde hace al menos dos semanas— comienzan a evidenciarse: mujeres con niños y hombres que tienen ahí a su familia proponen retirarse voluntariamente, para evitar un enfrentamiento. No obstante, buena parte argumenta que el movimiento aún no ha conseguido sus principales demandas: derogar la reglamentación secundaria de la reforma educativa y entrevistarse con el presidente, Enrique Peña Nieto. Por lo tanto piden resistencia a sus compañeros. Esta postura prevalece: se quedarán, pero sin prohibir la salida a quien desee irse.
Para defenderse, organizan equipos que cubrirán diversas entradas al Zócalo (particularmente la avenida 20 de Noviembre) mediante barricadas.
Es mediodía y con los bandos en sus posiciones, el Sistema de Transporte Colectivo Metro cierra la estación Zócalo. Los negocios circundantes también bajan las cortinas. Los transeúntes evitan esas calles. Lo único que el gobierno del Distrito Federal ha ofrecido hasta el momento es una mudanza de plantón, sea a la plaza de Santo Domingo o al Monumento a la Revolución.
Entonces, si alguien tenía una duda, la Policía Federal hace el movimiento que patentiza su plan: llegan tanquetas de agua, autobuses y camionetas tácticas. Habrá desalojo y la Federación lo encabezará. Todo depende de una orden.
La CNTE se hace fuerte en la Plaza de la Constitución, con tubos, palos, tanques de oxígeno y gas. Toman incluso dos de las excavadoras que estaban ahí, como parte de una obra de remodelación en las calles adyacentes a la plancha. Faltan minutos para las dos de la tarde.
De pronto, poco a poco, los agentes federales comienzan a avanzar, como en cámara lenta. Golpean con el puño sus escudos y el piso con sus botas. El cerco se estrecha por 5 de Mayo y 20 de Noviembre, por Tacuba, por República de Brasil y Palma. La policía capitalina cubre la retaguardia.
“¡No queremos represión, no queremos represión!”, gritan los profesores, pertrechados y, algunos, embozados. Comienza a difundirse que grupos anarquistas, del Sindicato Mexicano de Electricistas y estudiantes están ahí, dispuestos a luchar con los profesores.
Los manifestantes prenden fuego a sus trincheras de 20 de Noviembre y Palma. La Policía observa, lista para avanzar.
Segundo acto
Cuando el ambiente está a punto de quebrarse, llega al Zócalo el secretario de Gobierno del Distrito Federal, Héctor Serrano. Va a negociar con los maestros, dice. En la comitiva también se encuentra Francisco Galindo, comisionado de la Policía Federal. Tras una media hora de charla (eran las 14:30) se difunde lo “acordado”.
No hubo negociación, sino ultimátum: si en dos horas —contando a partir de las dos de la tarde— no desalojaban la principal plaza del país entraría la fuerza pública. “Todos confiamos en que el diálogo se imponga”, asegura Serrano en su cuenta de Twitter.
Los maestros de la sección 22 vuelven a reunirse, de urgencia. A las tres de la tarde, los representantes de las diversas zonas exigen resistir a sus líderes. Corre la versión de que se ha pedido a los integrantes de otras organizaciones que no incurran en violencia.
En ese momento, el Ejército hace acto de presencia: un convoy de militares pasa por calles cercanas al Zócalo, y el CNTE no le permite el paso. Tampoco a ambulancias, bomberos y vehículos de la Secretaría de Seguridad capitalina. No pasa a mayores y todo queda en susto.
Los minutos trascurren y la Secretaría de Gobernación da por hecho el desalojo: dijo que se respetarían los derechos humanos de los manifestantes. Va muy en serio. La Comisión de Derechos Humanos del DF despliega observadores en distintas calles.
Pese a las acciones tomadas para resistir, el Zócalo se va vaciando, de a poco. Algunos manifestantes salen dejando incluso sus tiendas de campaña. Restan diez minutos para las cuatro de la tarde. Ya no se ven mujeres. Permanecen los radicales.
Manuel Mondragón y Kalb, comisionado nacional de seguridad pública (el máximo responsable de la seguridad en el país) da una entrevista a Milenio: tiene órdenes de entrar a las cuatro de la tarde al Zócalo. “Tengo la responsabilidad de que la plancha del Zócalo quede libre haciendo lo que tenga que hacer”.
Y dan las cuatro de la tarde. Y nada pasa. Las cuatro cinco. Las cuatro diez. La tensión está al máximo, entre agentes y manifestantes. Dan las cuatro quince. Y la policía se pone en marcha.
Entra a la plancha por la calle de Moneda (al lado de la Catedral Metropolitana), lanzado gases lacrimógenos y obligando a que los maestros que aún estaban ahí se replegaran. Los inconformes lanzan petardos y canicas con resorteras, pero en realidad la resistencia es mínima entre los pocos que quedan ahí.
Los uniformados también empujan desde 20 de Noviembre. Un agente resulta herido. La gente corre, la niebla de los gases lacrimógenos empantana secciones de la avenida. La batalla del Zócalo ha concluido.
Tercer acto
Los policías dejan que los profesores se dispersen: algunos van hacia el sur, rumbo hacia San Servando; otros hacia el este, donde está Eje Central y, más allá, el Monumento a la Revolución.
A su paso por 16 de Septiembre y Eje Central, maestros de la CNTE arrojaron palos y piedras contra los granaderos de la SSP-DF.
La dirigencia trata de controlar a un grupo de profesores que recoge piedras del pavimento en remodelación.
Los policías arremeten contra los maestros que lanzan piedras y palos.
Los docentes se repliegan hacia Balderas, pero otro grupo de granaderos responde sobre el Eje Central con una corretiza en contra de docentes —entre ellos la dirigencia de la CNTE que venía caminando sobre Eje Central—.
En esa avenida, la Policía cerca a un grupo de maestros, a la altura de la calle Victoria. Entre los manifestantes están dos de los principales líderes del movimiento.
Se trata Francisco Bravo y Rubén Núñez, líderes de la secciones 9 y 22. Se ven angustiados, sin saber qué hacer. La policía se los lleva derecho a la Secretaría de Gobernación, donde dialogarán con el titular de ese ministerio, Miguel Ángel Osorio Chong, el gobernador Gabino Cué y el operador Luis Miranda.
En Izazaga se reporta otro enfrentamiento entre agentes federales y manifestantes —presuntamente un grupo de anarquistas, que responde con piedras y palos—.
Las refriegas se multiplican y llegan hasta Insurgentes. Concentrada en el Zócalo, la CNTE no había podido doblegar a la Federación. Dispersa, tampoco.
Fuente Proceso
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