Carlos Fernández-Vega
De muy buen ánimo estrenó año el inquilino de Los Pinos, y, por si alguien tuviera duda, se animó a reiterar que será
Primer acto público en este 2013 que arranca dedicado al tema
laboral, en el que sus cinco antecesores se comieron miles de platos de
lengua, algo que por lo demás no arredró a Enrique Peña Nieto, quien
pronosticó (sic) un incansable promotor de mayor trabajo, de trabajo formal, que represente para las familias mexicanas un mejor ingreso, a partir de tener trabajos mejor remunerados, que sean consecuencia de un entorno de mayor competitividad y productividad por el que debemos de trabajar.
mayores acuerdos que den paso a una transformación mayor de nuestro país y que, realmente, sea un año, como deseo, lo tengan todas las familias mexicanas, de logros, de realizaciones, de cambios estructurales, que permitan que el país
acelere su paso. Que permita combatir con mayor eficacia los rezagos que tenemos acumulados, especialmente el de la pobreza, el de la desigualdad, el de la falta de empleo formal, el de una debida protección, a través de la seguridad social, para todos los mexicanos. Que sea oportunidad para que las reformas que estemos impulsando México pueda tener un crecimiento más acelerado, que depare con ello prosperidad para los mexicanos.
Bien por el entusiasmado político mexiquense, aunque, como ya es costumbre, se le olvidó explicar cómo lograría aterrizar su generosa oferta en una economía que, cuando bien va, sólo genera uno de cada tres empleos formales demandados por los mexicanos que año tras año se incorporan al mercado laboral. Empleo formal y bien remunerado para todos, ¡claro!, ¡qué bueno!, pero Peña Nieto no detalló cómo y con qué.
Sólo hay que recordar qué sucedió en el ámbito laboral a lo largo de los últimos tres sexenios (de Ernesto Zedillo, el del
bienestar para la familia, a Felipe Calderón, el
presidente del empleo), cuyos titulares prometieron prácticamente lo mismo que ahora ofrece Peña Nieto. Veamos:
En número redondos, entre 1994 y 2012 alrededor de 18 millones de mexicanos se incorporaron a la población económicamente activa; de acuerdo con el registro del IMSS, en ese lapso apenas alrededor de 6 millones lograron colarse a la economía formal y ocuparse en una plaza con prestaciones, comenzando con la de seguridad social. En igual lapso, cerca de un millón 500 mil de plano engrosaron las filas de la desocupación abierta y el resto (algo así como 11.5 millones) terminaron en la informalidad, en la que a estas alturas sobreviven 30 millones de personas.
En esos tres sexenios (Zedillo, Fox y Calderón), recurrentemente en el discurso, se reivindicaron
cambios,
logros,
avances,
cifras históricasen materia de empleo formal,
combate a la pobrezay tantas otras bellezas que en los hechos resultaron exactamente al revés, es decir, retrocesos, mayor número de pobres, menor empleo formal y cifras históricas, sí, pero en ocupación informal. Y todo ello se concretó con el mismo modelo económico con el que Peña Nieto hoy promete avances sociales inimaginables, aderezados con una
reformalaboral que permitirá a los patrones abaratar la mano de obra, cancelar prestaciones y precarizar, aún más, las condiciones laborales en el país.
presidente del empleo, el nefasto Felipe Calderón, 2 millones 254 mil (de ellos, 28 por ciento eventuales). Así, en tres sexenios oficialmente se generaron poquito más de 6 millones de empleos formales, con todo y plazas eventuales (alrededor de un millón), de los 18 millones demandados por los mexicanos que en ese mismo periodo se incorporaron a la población económicamente activa, o lo que es lo mismo sólo uno de cada tres pudo colarse a la economía formal.
Desde luego que no son resultados para presumir, por mucho que el aparato propagandístico de los tres tristes tigres citados machaconamente divulgara lo contrario. El problema es que Enrique Peña Nieto promete a los mexicanos más empleo formal. Mayores remuneraciones y felicidad plena sin alterar un ápice el modelo económico y utilizando el mismo manual con el que sus antecesores fracasaron rotundamente.
Entonces, qué bueno que el nuevo inquilino de Los Pinos arranque 2013 con buenos deseos y se reconozca como
un incansable promotor de mayor trabajo, de trabajo formal, que represente para las familias mexicanas un mejor ingreso, a partir de tener trabajos mejor remunerados, que sean consecuencia de un entorno de mayor competitividad y productividad por el que debemos de trabajar, pero se requiere muchísimo más que eso para que las promesas se traduzcan en hechos, o como el mismo lo dice en
resultados tangibles.
De aquí al término de su mandato, Enrique Peña Nieto deberá
promoverla creación de alrededor de 6 millones de empleos formales, sólo para atender la demanda de los mexicanos que por primera vez se sumen al mercado laboral. El rezago histórico es otro boleto, aunque parte del mismo show. Y aquí cabe preguntarse cómo le hará el inquilino de Los Pinos para
formalizara 30 millones de informales, y cómo mejorará las remuneraciones de los trabajadores, si su baja permanente es el pilar de la
competitividada la mexicana.
Lo cierto es que buenos deseos no son sinónimo de buenos resultados, y sólo con aquéllos no se llega muy lejos. Entonces, para obtener resultados tangibles se requieren políticas tangibles, especialmente en el ámbito laboral. De otra suerte, allá por 2018 el ejército de informales sumará 36 millones de mexicanos, cuando menos.
Las rebanadas del pastel
Por cierto, el inquilino de Los Pinos topó con el mismo síndrome de Fox y Calderón:
A diferencia de ocasiones anteriores, las eventuales amenazas sobre nuestra economía no son por razones internas, sino por factores externos, festeja Enrique Peña Nieto, tal cual lo hicieron sus dos antecesores. Qué bueno, pero la madriza nadie se la quita al país, sea ésta autóctona o de importación. Es el síndrome de Rosita Alvirez (de los tres tiros que le dieron sólo uno resultó mortal, y éste vino de afuera).
Fuente La Jornada
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