martes, 17 de septiembre de 2013
El Grito de la vergüenza
Álvaro Delgado
MÉXICO, D.F. (apro).- A la afrentosa “liberación” del Zócalo capitalino para que Enrique Peña Nieto pudiera protagonizar su primer Grito de Independencia sucedió lo inaudito: La reaparición, en un acontecimiento de enorme simbolismo patrio, de la auténtica práctica tricolor del acarreo.
En esta ocasión no operó la coacción, sino el dinero: Huestes pagadas a razón de 350 pesos, alimentos, transporte y hasta sombreros incluidos, para hacer bola y gritar en la conmemoración del 203 aniversario del inicio de la guerra de Independencia, en un escenario que, el viernes 14, fue “liberado” por militares vestidos de policías que, por lo visto, llegaron para quedarse en el Zócalo.
Es cierto que el acarreo forma parte ya del repertorio de prácticas de todos los partidos –y por eso del tema ya nadie habla–, pero nadie puede escamotearle al PRI la autoría de este ejercicio de movilización de personas tratadas como semovientes y menos del Estado de México, de donde es el señor presidente.
Lo que sea de cada quien, de eso sí saben los señores del PRI: Tan sabían que habría escasa concurrencia en el Zócalo que se debía movilizar al voluntariado mexiquense. Y en un partido y un gobierno que tienen la convicción de que todo lo que se puede comprar sale barato, el dinero es lo de menos.
De muchos municipios del Estado de México, sobre todo los más próximos a la Ciudad de México, se movió a autoridades y líderes para asegurarle “al licenciado Peña” que sí cuenta con apoyo popular. Faltaba más.
De Tecámac salieron al menos 25 autobuses repletos de acarreados, de Ecatepec varias decenas más de vehículos atascados de sombrerudos y Coacalco tuvo también su representación.
Arturo Rodríguez, reportero de Proceso que el viernes fue apaleado por policías federales, describió en una espléndida crónica del Grito de Peña a muchos de los acarreados, como doña Matilde Mujica, una veterana priista cuya hija fue artífice de la movilización, o la señora María Isidoro, que llegó de Ecatepec.
Escribe Arturo: “Los ecatepequenses son contingentes notorios. Llevan playeras rojas sobre las que destacan pines del PRI. Sus porras son coloridas y están aquí con una misión: apoyar al Presidente en su primer Grito.
“María Isidoro llegó en un autobús de Ecatepec con toda su familia. Para arribar al Zócalo recorrió a pie desde la plaza de Santo Domingo, donde se estacionó su camión, hasta la esquina de República de Guatemala y República de Brasil. Luce en su pecho la calcomanía que muestran todos su coterráneos, charola temporal que abrirá vallas. Viene acompañada de 350 pesos: un rectángulo de papel blanco, que lleva estampado el Escudo Nacional, en el que se unen dos bandas tricolores.
“Estamos muy contentos y muy agradecidos por venir a participar en el Grito con nuestro presidente. Salimos tarde, pero hubo cenita en el autobús”.
Sigue el reportero: “Sombreros de plástico tricolor, bigotes también plásticos estilo Zapata, penacho y sombrero de palma ancha, son los objetos con que exaltan su mexicanidad. Como es noche mexicana, el tequila es una opción natural. El grupo forma parte de los 30 autobuses que, según ellos, llegaron procedentes de Coacalco.
–¿Son del PRI? –se les pregunta.
–Sí, somos gente del partido… –dice uno.
–No güey, somos gente de David Sánchez –tercia otro.
–Sí, somos gente de David Sánchez, el alcalde de Coacalco, pero somos del PRI –repone el primero.
El reportero insiste:
–¿Pertenecen al Frente Juvenil o a alguna organización?
–No, somos de la administración municipal, ¿nos toma una foto?
Del PRI o del gobierno –federal, estatal o municipal– lo mismo da, porque se trata de una cultura que no admite separación de partido y gobierno y que, pese a la alternancia, lo viejo está convirtiéndose en lo de hoy.
Los acarreados del Grito de Peña son prueba de esta involución vigente, pero lo es también el uso de los colores patrios como propaganda de un partido, las prácticas de defraudación electoral que están en auge, la represión a quienes defienden derechos, la impunidad para los cómplices y la descarada uniformidad mediática.
Y ni siquiera así Peña tiene el control del gobierno y del país. El acarreo para medio llenar el Zócalo es la manifestación plástica de que está falto de apoyo popular y el abucheo –que se escuchó en la transmisión de radio y televisión– lo exhibió más aún…
Fuente Proceso
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