martes, 24 de septiembre de 2013

La angustia de un ingeniero y sus 700 despensas varadas



Marcela Turati

ACAPULCO, Gro. (proceso.com.mx).- El ingeniero Luis Enrique Serrano espera bajo un árbol que lo resguarde del sol. Observa el desfiladero de helicópteros que aterrizan y despegan de la base militar Pie de la Cuesta. Lleva dos días varado, rodeado de 700 bolsas con despensas que intenta sin suerte enviar a Corral Falso, su querido pueblo natal, localizado en el municipio de Atoyac de Álvarez, uno de los desgraciados por la tormenta “Manuel”.

Las juntó a través de Facebook, en un coperacha rápida entre sus paisanos dispersos en la ciudad de México, Estados Unidos, Chilpancingo y otras partes de Guerrero, pues su ingrato Corral Falso es uno de los pueblos expulsores de jóvenes para que se busquen fuera sus propias oportunidades, pero recibe generoso a quien quiera pasar ahí su madurez. Es un pueblo poblado de ancianos donde los jóvenes tienen su corazón enterrado.
“El pueblo se quedó sin energía eléctrica, sin agua, sin teléfono, sin nada. Poco a poco se ha restablecido, por lo menos la línea telefónica. Pero necesitamos llevarles despensas porque la gente está incomunicada”, dice preocupado, mientras mira fijo hacia las aeronaves que se le pasean enfrente antojadizas.
A pesar de su terquedad no ha podido lograr que alguno de esos helicópteros cargue las tres toneladas de comida que juntó para sus paisanos. O el pueblo no está en la ruta, o su comida no tiene cabida.
Un militar se acerca a donde están los periodistas para informarles que desde que comenzó la crisis y hasta el 23 de septiembre, el ejército, con 33 aeronaves a su disposición, ha entregado 94 mil 241 despensas, ha evacuado a 8 mil 971 personas, y ha hecho 233 puentes aéreos para llevar alimentos o sacar gente.
Serrano se presentó en la base militar desde el domingo al mediodía y se retiró a las cinco de la tarde cuando vio que finalizaban los vuelos del día. El lunes volvió acompañado por un amigo y un muchacho. Desde las seis de la mañana y hasta las tres de la tarde seguían en espera de que alguna de esas 33 aeronaves tuviera cupo para algunas de las bolsas con comida.
“Aquí sólo entra lo que está programado. Y aunque hemos estado picando y picando piedra por todos lados, para ver quién puede llevar la ayuda, lo único que nos queda es esperar porque de una u otra forma le hallamos”, dice mojado en sudor.
Cada tanto pasan junto a él personas damnificadas recién rescatadas que son bajadas de los helicópteros y llevadas a la enfermería o a comer algún bocado en la cocina.
“Estamos tratando de que lleven algo al pueblo. Ayer no lo conseguimos. Entendemos que están ocupados en llevar las despensas a todas las comunidades que sufrieron desgracias. Prácticamente todo el estado”.
Antes del ciclón, Corral Falso quedaba, por carretera, a poco más de una hora de camino desde el puerto de Acapulco. El paso está interrumpido desde que el agua se llevó el puente que cruzaba el Río de Coyuca, donde parece que unos gigantes jugaron carreras y lo dejaron partido, y sin tramos enteros.
Vibra su celular, es una llamada de Corral Falso. Se le escucha intentando explicar el inexplicable retraso: “No, no, no, todavía no podemos cargar…. si, sabemos que la gente está esperando pero se ha complicado un poquito para que nos presten helicóptero… No, no, no hemos podido cargar,,, Cuando carguemos les avisamos para que estén al pendiente y lo reciban… No, aún no… Seguimos en espera para cargar”.
Cuelga, voltea a ver a sus acompañantes, encoge los hombros y dice: “Están desesperados, ya están esperando la ayuda pero no hay forma”.
Serrano está ansioso porque él conoce las necesidades de la gente. La tormenta lo atrapó allá, cuando estaba visitando a su gente.
“En cosa de 30 minutos el río se desbordó. Fue tan rápido que aunque se apoyó a la gente a tratar de rescatar algunas cosas no se alcanzaron a sacar cosas materiales. Pero por fortuna no hubo desgracias humanas a lamentar”, narra.
Con los recuerdos aún húmedos, que no ha tenido tiempo para tender al sol, sigue relatando: “Fue de día, hubo dos crecientes de río, una el domingo por ahí de las nueve de la mañana, que por la tarde disminuyó, y hubo otra el lunes que fue más desastrosa. El río se desbordó por todos lados ¿Y qué hicimos?, comenzar a sacar a las personas afectadas, organizamos un albergue en la primaria que es la que está más alta porque la secundaria quedó inundada. Hubo personas que perdieron todo, casas que se cayeron, otras que ya no son habitables porque son un riesgo”.
Esos días este ingeniero quedó atrapado, a merced de las corrientes celosas que no lo dejaban salir.
El viernes por la tarde vio que el agua había bajado un poco. Caminó con otros sobre carreteras trozadas, albercas de fango que le llegaban a las rodillas, caminos desaparecidos como en trituradora. La travesía duró cinco horas.
El sábado, ya en Acapulco, y con esa conciencia de náufrago vuelto a la vida, empezó a mandar mensajes a sus contactos en Facebook para que corrieran la voz y enviaran ayuda a Corral Falso. Envió un mensaje en las redes sociales, que se abrió paso como botella lanzada al mar: “A todos los que quieren y aman al pueblo de Corral Falso se les cita el domingo a las 9 y media de la mañana en el astabandera frente al Parque Papagayo”.
Al llamado de auxilio llegaron 25 corralfalseños. Acordaron crear una cadena de llamadas para contactar a los paisanos familiares y amigos dispersos por todo México y conseguir más apoyo. Con la insistencia de un predicador, toda la semana repitieron el mismo mensaje con el mismo mensaje “Unidos por Corral Falso”.
El viernes fue la recopilación. El sábado la empacada. Desde el domingo las bolsas hacen fila en la base aérea.
Se solidarizaron incluso algunos paisanos acapulqueños que sufrieron sus propias afectaciones. Todos conscientes de que la ayuda es para niños y ancianos de la comunidad.
“Pertenecemos al mismo municipio de La Pintada, nada más que ellos están del lado de la sierra. Corral Falso tiene 2 mil personas, en el pueblo más que nada somos campesinos, se siembra maíz, plátano, papaya, mango. Es más gente ya de edad la que está allá, todos los jóvenes estamos trabajando, estudiando fuera, ya la mayoría no estamos ahí”.
El ingeniero dice que el pueblo no ha recibido ayuda gubernamental. Su nombre tampoco aparece en el pizarrón donde se enlistan las poblaciones a las que se ayudará cada día. Dice que los paisanos de Zihuatanejo han podido hacerles llegar algunas cosas a los atrapados. Que la gente está depositando en una cuenta bancaria para que se compre más. Pero ha sido una travesía intentar subir a un vuelo las despensas obtenidas en Acapulco.
“La gente del lado de Zihuatanejo ha estado llevando despensas pero es muy poca, sólo la que se puede cargar en el cuerpo. Por eso, acá seguimos”, explica, mientras busca otra sombra, abajo de la palapa donde esperan las tres toneladas.
A las tres de la tarde del lunes, Serrano pudo enviar la primera remesa. En un helicóptero se abrió cupo para 30 bolsitas. El y sus acompañantes se veían cansados pero atentos a la pista, escudriñando helicópteros, con el espejismo que alguno otro se presentara vacío, solito para ellos, y les ofreciera asiento para las 670 bolsas de despensa que aún esperan su turno para volar a Corral Falso.

Fuente Proceso

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