Adolfo Gilly
La primera promesa de
campaña cumplida por el ciudadano presidente de México fue la que hizo
el 11 de mayo pasado en la Universidad Iberoamericana:
El primero de diciembre, día de la toma de posesión de la Presidencia
ante el Congreso de la Unión, la fuerza policial y parapolicial, según
quedó registrado en filmaciones, fotos y testimonios, fue lanzada contra
manifestaciones juveniles o bien pacíficas, o controlables de antemano
si se hubiera querido así. Pero no: era hora de hacernos saber de qué se
trata, y de que los #YoSoy132 y con ellos la ciudad de México entera
pagaran sus culpas por su rebeldía.Asumo plena responsabilidad por lo sucedido en Atenco. Los responsables fueron consignados ante el Poder Judicial, pero, reitero: fue una acción determinada en el legítimo derecho que tiene el Estado mexicano de usar la fuerza pública para restablecer el orden y la paz.
Era hora de poner orden –y miedo– en esta ciudad rejega, donde la oposición democrática tuvo 63 por ciento de los votos y los estudiantes pusieron cerco a Televisa sin que haya habido, recordemos bien, un solo ejemplo de violencia durante la ardua campaña electoral. Era hora de hacernos saber que, también por parte de ellos, Atenco no se olvida.
Esa intención aleccionadora es la racionalidad visible en la estructura defensiva y amenazante elevada en torno a la Cámara de Diputados desde una semana antes, cerrando calles y estaciones del Metro y alzando imponentes vallas metálicas en las vías cercanas a San Lázaro. Replegadas estas vallas unos días después debido a las protestas ciudadanas, pero no desmanteladas, detrás de ellas las filmaciones del día primero de diciembre muestran no sólo a las fuerzas de la Policía Federal, sino también a grupos de civiles, con gorros, chamarras y algunos con el rostro semicubierto caminando como por su casa entre los federales uniformados. ¿Qué era eso?
Así se vio ese sábado, en la mañana, la violencia desatada de los federales en San Lázaro, lanzando a la altura de los cuerpos cartuchos de gases lacrimógenos y balas de goma; en la tarde, primero la pasividad de la policía del Distrito Federal ante los destrozos de comercios en Avenida Juárez –¿quién la comandaba en ese día de cambio de mandos?–; y después los apresamientos indiscriminados de otros jóvenes en otros lugares, incluso muchos que querían dialogar con los policías y fueron
encapsulados, arrastrados y apresados por esos uniformados. En un listado de 58 detenidos publicado en La Jornada del 3 de diciembre por Imágenes en Rebeldía, 40 tienen menos de 26 años.
Así vimos también las inexplicables destrucciones en la Alameda, como una especie de mensaje dirigido a Marcelo Ebrard, deshaciendo con saña su última obra urbana. Y pudimos ver finalmente el lunes 3 la eficacia y la calma de esa misma policía de la ciudad para cuidar y acompañar la manifestación de protesta de esa tarde en la Avenida Reforma. Hoy, martes 4, cuando escribo estas líneas, ninguna autoridad ha explicado tantas conductas en apariencia contradictorias.
El PRI ha recuperado la Presidencia. En sus largos años en el poder nunca gobernó sin tener el mando efectivo de la capital de la República, salvo en los últimos tres años de Ernesto Zedillo, de 1997 a 2000, cuando perdió el gobierno de la ciudad ante Cuauhtémoc Cárdenas y el PRD, y hasta hoy no lo ha recuperado.
Más aún: en la reciente elección, después de los gobiernos de Cárdenas (y el breve interregno de Rosario Robles), de Andrés Manuel López Obrador y de Marcelo Ebrard, el candidato del PRD, Miguel Mancera, fue elegido con 63 por ciento de los votos. En la elección nacional, en cambio, Enrique Peña Nieto alcanzó (oficialmente) apenas 38 por ciento.
Para el PRI se trata de una anomalía intolerable: los poderes de la Federación residen en esta ciudad capital rebelde a su mando y a sus modos. Ahora que vuelve al poder nacional, después del fracasado interludio panista de Fox y Calderón, necesita recuperar el mando de hecho –aunque no lo tenga de derecho– sobre la ciudad de México.
Miguel Mancera, el jefe de Gobierno capitalino entrante, está notificado.
A Ebrard, en sus últimos días de gobierno, bandas desconocidas le hicieron trizas su vitrina de despedida, la cuidada obra de remozamiento de la Alameda, apenas concluída. ¿Quién? ¿Los #YoSoy132? ¿Los
anarquistas? ¿Los saqueadores de comercios que iban a lo suyo? ¡Vamos, por favor, seamos serios! Si algo entiende uno en esta penumbra de los últimos días es que también Marcelo Ebrard ha sido notificado.
Quedan informados también sobre cómo viene el juego los estudiantes y académicos de la UNAM, la UAM, la Ibero, el IPN y cuantos como ellos, en otras casas de estudio, se atrevan a repetir la hazaña de la Ibero en mayo y a soñar con un México de justicia, libertad y paz. Quedamos informados todos. Para que el PRI, a su vez, quede informado, es preciso arrancar la libertad de todos los presos del nefasto día de inicio de sexenio.
El último presidente de ese partido, Ernesto Zedillo Ponce de León, obtuvo 48 por ciento de votos en 1994. En 1997 perdió la ciudad de México, esta capital rebelde, democrática y respondona de los Estados Unidos Mexicanos. Hasta hoy.
Vienen por ella. Defendámosla.
Fuente La Jornada
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