viernes, 6 de septiembre de 2013

Peña Nieto, héroe nacional



Juan Pablo Proal

MÉXICO, D.F. (proceso.com.mx).- Rodeado por la microscópica élite propietaria del país, Enrique Peña Nieto ofreció una valiosa lección: “Las minorías deben respetar la democracia, a sus instituciones y las libertades de todos”.
El candidato que conquistó la presidencia mediante propaganda encubierta, despilfarros millonarios y reparto a mansalva de tarjetas de despensa entre población hambrienta, se erigió el día de su primer informe como el guardián de la legalidad.

¡Qué tranquilo lucía!, ¡Con qué decisión puso un alto a los maestros de la CNTE!, ¡Cuántos mensajes entrelíneas envió a sus críticos!, ¡Cuán cercano es al pueblo!, lo ovacionaban desde el sótano de su dignidad los locutores en turno. Debe ser un reto mayúsculo para su miserable creatividad hablar por interminables minutos de las cualidades del presidente.
Los zalameros beneficiarios del presupuesto, herederos de padres no menos zalameros y familias no menos zalameras, se acercaron con febril excitación para obtener una palmada, una sonrisa, un abrazo del gran transformador de México. Representantes de la banca, líderes de sindicatos charros, escritores millonarios elevados al rango de intelectual supremo, afamados vendepatrias, juniors borrachines dueños de partidos políticos… Toda la amplia, compleja y diversa sociedad mexicana estábamos representados en ese acto soberano.
Frente a quienes palomearon el Fobaproa, los fraudes electorales del 88 y 2006, la reforma laboral que convirtió a este país en una gigante maquiladora y los responsables de que la televisión pública sea un fétido repetidor de clichés, el presidente presumió que cada vez hay más delincuentes en la cárcel: 65 de los 122 criminales más buscados; entretanto, aplaudían Joaquín Gamboa, Diego Fernández de Cevallos, Emilio Azcárraga, Alfredo del Mazo, Carlos Hank Rhon , Carlos Romero Deschamps…
Peña Nieto demostró que no sólo ha leído un extracto de la Biblia y La Silla del águila de Enrique Krauze, sino que también seguramente se ha tomado el tiempo de revisar la obra de Paulo Coelho: “Nadie conquistará la cumbre por nosotros. Nosotros somos quienes tenemos que recorrer el camino hasta la cima, colaborando en equipo y con la camiseta de México bien puesta”.
Algo de motivación le habrá heredado a su correligionario y antecesor Carlos Salinas de Gortari, quien durante su primer informe de gobierno también inyectó esperanza a la nación: “Sin confianza en nosotros mismos no hay posibilidad de salir de los problemas”.
El informe se reprodujo un lunes por la mañana, mientras el país entero comenzaba una semana más de jornada laboral. Nadie, salvo la clase política, los periodistas y uno que otro ciudadano bienintencionado le prestó atención al vetusto ritual del Día de Presidente. En cambio, los medios de comunicación saturaron sus contenidos de valiosa información al respecto: a quién saludó Peña de manera más efusiva, a quien sólo de reojo, ¡con qué vigor entonó su discurso! ¡Qué bien se vistió su esposa!
Para que no haya duda del correcto rumbo que lleva el país desde que Peña Nieto tomó sus riendas, al día siguiente los diarios dedicaron planas enteras a publicar manchas de tinta con cada uno de sus logros: mil y tantos millones destinados a infraestructura, computadoras, mega watts, gas natural, créditos, combatir el cambio climático, inversión extranjera, competitividad, carreteras, escuelas, desnutrición, cruzada contra el hambre. Etcétera infinito. Al lado del de las despilfarradoras cifras, los desplegados de gobernantes, senadores, partidos políticos y empresas embriagadas de felicidad por lo bien que van las cosas y lo agradecidos que están con el señor presidente.
El acto se repetirá cinco años consecutivos. En el ínterin, los propagandistas no se cansarán de elevar al mandatario a rango de dios terrenal y héroe de la patria. No cometerá yerros, salvo, tal vez, mostrar debilidad para aniquilar a sus críticos. Si algo sale mal será culpa de los revoltosos que boicotean la transformación de México.
Al finalizar el sexenio, con lágrimas en los ojos, los beneficiarios del bondadoso rey lo despedirán nostálgicos, como aplaudieron sin parar las palabras del último informe de José López Portillo: “He combatido la corrupción hasta llegar al escándalo. No me arrepiento. La catarsis actual es el resultado”.
Después, el rey dejará la banda presidencial y se exiliará en alguna paradisíaca ciudad de primer mundo, para que llegue su sucesor, seguramente mucho más genial, patriótico y decidido que él.

Fuente Proceso

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